"Elle" de Paul Verhoeven, con Isabelle Huppert
Isabelle Huppert es una actriz excepcional. Su fragilidad aparente esconde una fortaleza sin límites. En este papel esa dualidad es fundamental. Michelle ha sido una niña traumatizada por su condición de hija de un asesino múltiple. Esa circunstancia ha marcado la vida de la familia. Mientras ella triunfa como empresaria de creación de videojuegos, su matrimonio fracasa y su hijo es un absoluto inútil con problemas mentales. Por su parte, la madre de Michelle ha perdido todo contacto con la realidad y vive entre el botox y los gigolós. En esa tormenta estallan otras, que la cubren de pleno y que solo pueden entenderse a la luz de su propia existencia. Pero es capaz de seguir, de arreglarse el pelo, ponerse los zapatos de tacón, maquillarse y volver a la lucha. Es esa sensación de resistencia a la derrota la que te mantiene atenta a la pantalla.
Si vas al cine con amigas tendrás luego la oportunidad de hablar de lo que viste. Esto es algo impagable. Las cinco mujeres que, tras la proyección, nos sentamos a comentar nuestras impresiones, teníamos cada una un punto de partida diferente. Cada uno de nosotras había visto algo que las otras no percibían. Mirábamos a la Huppert y nos veíamos a nosotras mismas en determinados momentos. Ese ligue insustancial que deja de interesarte; ese hijo que está a punto de saltarse las normas; ese ex marido absolutamente perdido y sin anclajes que te necesita; esos compañeros de trabajo que exhiben una misoginia escandalosa; tu pasado, al que no puedes renunciar; tus padres, que están ahí, al fondo de tu biografía.
Quizá ninguna reconoció en esos ratos la huella de lo que somos. Porque es una película y porque Verhoeven ha cargado las tintas en el argumento y en los personajes. Pero están los matices. Está eso que no se puede ocultar aunque uno lo intente. Están los pequeños sentimientos, las emociones diseminadas que no resisten la contemplación sin que hagas una introspección necesaria. Es una película en que las mujeres se dan cuenta de todo y en la que los hombres se dejan arrastrar sin mirarlas a los ojos detenidamente. No las conocen y por eso no las aman. Es una situación cotidiana en la que los hombres no aman a las mujeres.
Cuando eso ocurre, las mujeres efervescentes, que calzan tacones finos, medias negras y que llevan vestidos escotados y oscuros, las que se peinan cuidadosamente rubias, las que sonríen con una burbujeante copa de champán en la mano y hacen ostentación de lo que son y lo que tienen, esas mujeres no repararán en el vacío de las miradas. Son esas otras, las invisibles, las que callan, las que son utilizadas sin desearlo, las que tienen que luchar por sí solas porque no las sostiene mano alguna, las que duermen solas sin cruzar la línea divisoria de la cama de uno cincuenta metros. Son esas otras las que advierten el truco, la tramoya, el gesto cruel del hombre que no ha tenido ningún reparo en seguir los dictados de su temperatura y de su necesidad puntual. Hombres que no están hechos para amar. Mujeres que no necesitan ser amadas sino ser exhibidas. Mujeres que aman y que están ocultas a la luz de los focos. Todo eso es "Elle" y es Huppert. Y a ver si le dan el Oscar, que sería lo justo.
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