"Las dos señoras Grenville" de Dominick Dunne



Dominick Dunne (1925-2009) fue católico, de origen irlandés, cineasta y escritor. Y, además, comentarista de sociedad en Vanity Fair, publicación con la que mantuvo una larga relación salpicada de escándalos. En todo caso, Dunne conocía muy bien el modo de vida americano y sus dos polos de atracción: Nueva York y Los Ángeles. 

Esa dedicación al cotilleo puede tener que ver con el gusto por los detalles que desliza en su estilo literario. Descripciones que te trasladan al lugar de los hechos, podíamos decir, de los que no solo observamos su aspecto, sino también su olor y su sabor. Miradas de interior. Pequeñas cuestiones cotidianas que pasarían desapercibidas a un observador menos atento. 

Esta novela, publicada en 1985, con sesenta años cumplidos, fue su primer éxito como escritor. En ella se narra cómo Billy Grenville (William Grenville Junior) conoce a una corista, llamada Ann Arden (antes Urse Mertens) y se enamora perdidamente de ella. La madre de Billy, Alice Grenville, no aceptará esta situación. Ellos pertenecen a una de las familias más importantes de Nueva York y no es de recibo que su querido hijo ande en tratos con gente de tan poca clase. Ann Arden es para Alice Grenville una arribista sin escrúpulos que quiere introducirse con malas artes en el mundo de la alta sociedad a la que, de ninguna manera, podría aspirar. Cualquier madre de cuatro hijas y un hijo hubiera reaccionado igual. Sobre todo si el hijo es un joven encantador, alférez de Marina, a quien le pierde el romanticismo. 

La opinión de su madre no impedirá ese desigual matrimonio y, desde ese momento, Ann Arden luchará consigo misma y con el entorno, para ser una mujer elegante, aceptada por los conocidos de su marido. Esa ambición preside su comportamiento. Sin embargo, cuando Billy Arden muere de una forma poco explicada, las sospechas recaerán sobre su mujer. Nadie sabrá nunca qué pasó y el velo de la incertidumbre rodeará para siempre a su viuda. 

La narración de Dunne es prodigiosamente detallista y tiene el mismo glamour que él adjudica a Anne, no guapa, sino glamurosa. Cualquiera de nosotras sabe exactamente qué significa eso. Una mujer con estilo, que sabe llevar la ropa y que tiene gracia y ángel. La belleza es totalmente accesoria, quiere indicar el autor, frente a la personalidad y la originalidad del espíritu. Además, Ann sabe (desde los doce años) que puede tener a cualquier hombre comiendo en la palma de su mano, gracias a sus ojos azules, su boca seductora y la luz que irradia su persona. Si no ha tenido dinero, ni familia, ni blasones, la naturaleza la ha compensado con un físico shining, brillante. 

Todo el libro está lleno de detalles encantadores, con grandes dosis de ironía y una aparente ingenuidad que no es tal. Conoce Dunne con toda precisión el comportamiento de las clases altas de Nueva York, esa especie de nobleza que resulta mucho más rígida que la verdadera aristocracia a la hora de exigir pureza de sangre. Los ambientes de los clubs nocturnos, de las reuniones y saraos, aparecen aquí a modo de crónica social, frescos, espectaculares, inmensamente atractivos. Pero no es oro todo lo que reluce y un submundo en el que hay sangre, cuchillos, envidias, intereses y hasta crímenes, emerge entre sus páginas convirtiendo a la novela en una coctelera de sensaciones entre lo negro, lo rosa y lo amarillo. 


Las dos señoras Grenville. Dominick Dunne. Traducción de Eva Millet. Libros del Asteroide. 2014. 

Una segunda parte de este libro es La mujer inconveniente, de 1990. 

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