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En Cuba comienza el deshielo

Si eres Presidente de los Estados Unidos de América y te conceden el Premio Nobel de la Paz a poco de comenzar tu primer mandato tienes la obligación moral de hacer algo, de dejar alguna impronta, un sello, una seña de identidad que te sitúe en la historia política de tu país, o, lo que viene a ser casi lo mismo, del mundo. Y debes hacerlo al final de tu segundo mandato, lo que evitará repercusiones negativas.
Los presidentes de Estados Unidos llevan la fecha de caducidad marcada con tinta indeleble y su aventurerismo de final de etapa casa muy bien con su propio papel en el ámbito de la geopolítica. Así que Barak Obama ha aterrizado por cuarenta y ocho horas en La Habana, la capital de Cuba, con la doble intención de fijar su nombre en la historia y de conseguir que los empresarios estadounidenses hagan negocio. Todo, pues, encaja.
El régimen cubano, que quiere legitimarse como sea, recibe con los brazos abiertos al primer presidente americano que pisa la isla desde hace 88 años. Lo de yanquis go home no reza en este caso. Mejor  welcome Obama.
La negritud le otorga al político un plus de familiaridad con el pueblo cubano, pese a que 55 años de supervivencia lo han convertido en una ciudadanía escéptica ante cualquier atisbo de que las cosas pueden ser diferentes algún día. Ya nadie cree en eso. Menos aún ante la “batida” de disidentes previa a la visita, en el mejor estilo castrista de toda la vida. Aunque, en realidad, es una visita “de familia”.
Con Obama han llegado, por supuesto, la Primera Dama, Michelle, su suegra, Marian Robinson y sus hijas, Malia y Sasha. En el aeropuerto José Martí hubo flores para todas ellas: blancas para Michelle, rojas para Marian y rosadas para las chicas.
Como en Cuba no hay primeras damas sino, en todo caso, eficaces enfermeras atendiendo la longevidad de los Castro, ha sido un encuentro asimétrico, sin ese duelo de belleza o de elegancia que suele acompañar, según relatan las revistas del cuore, cualquier desplazamiento de este tipo. Un año de embajadas abiertas y gestiones al más alto nivel han conseguido adornar el predecible fin del bicéfalo régimen cubano, siquiera por razones de edad, dándole un aspecto de gesta histórica, como algunos periódicos se encargan de resaltar.
Cuarenta y ocho horas de Obama en Cuba no van a permitirle conocer cómo vive la gente. Para eso tendría que dejarse de séquito (ochocientas personas lo acompañan) y hacer como mi sobrino Álvaro y su padre hace un par de años. Dejarse caer por allí con poco dinero y dispuestos a vivir la realidad al pie de la vida cotidiana.
El chico era un rendido admirador del Che Guevara. Tenía su habitación llena de posters, oía a la Nova Trova Cubana con devoción y consideraba a Cuba y su política como el no va más de lo revolucionario, dicho en el mejor plan posible. Así que su padre decidió que lo mejor era que conociera in situ aquello que le provocaba tanto éxtasis. Y así lo hicieron. Y así volvió Álvaro curado de romanticismo. La pobreza, la miseria, la delación, el mercado negro, el hambre, los vehículos hechos a mano para desplazarse por el campo, las casas con sus moradores hacinados, los médicos que cobran treinta dólares al mes, el ansia de huir…le produjeron una huella imborrable.
Cuando estuvo de vuelta a su casa, tras cincuenta días isleños, comenzó por dejar las paredes de su habitación limpias y sin cartel alguno. Regaló las camisetas con sus imágenes guevaristas y nunca más se oyó en su derredor ningún cante o canto de Rodríguez o Milanés. Sacrificó incluso la belleza de “Yolanda”.
Estaba tan decepcionado que trabajo le ha costado entender que no es oro todo lo que reluce y que, como decía el poeta, la cuna del hombre la mecen con cuentos. Para los andaluces, Cuba es el pueblo de al lado. En tiempos, era más fácil subirse a un barco y marcharse para allá que cruzar los Pirineos. Las expresiones lingüísticas que usamos por aquí, que representan tanto el uso como el sentimiento, están plagadas de cubanismos. Nuestra música, el flamenco, le debe tanto a Cuba que no sería lo mismo sin esos sones que se entretejieron en los cantes para convertirlos en un fenómeno atlántico y total. Por eso sentimos como nuestro cualquier cambio que conduzca a la isla a la democracia y la libertad.
Puestos a comparar, Obama puede pasar a la historia como el iniciador de una nueva Cuba para el siglo XXI. Nada que ver con lo de Zapatero: su aportación más genial fue el cheque-bebé. Y ni siquiera sirvió para remontar la natalidad.

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