Tardes de copla y trajín
(George Owen Wynne Apperley. Pintura)
Entre versos del poeta de Orihuela, letras de cantautores, cine clásico, emergía la copla. Historias desgarradas que, en su voz de caramelo, parecían más livianas, más leves y sencillas. Mujeres imposibles, romances engañosos, vida petrificada en una emoción única, sueños incumplidos, quereres, entrañas, hijos desesperados, voces junto a las cunas, hombres terribles, mentiras, la copla.
Las tardes tenían el suave movimiento de un trajín acompasado que carecía ya de la rapidez de la mañana y se tendía sobre la hora de la siesta y sobre el atardecer como si esperara el arrullo de las olas. Las voces tenían un toque de tragedia a veces. Quién no ansiaba un amor como aquellos que rondaba los oídos de las niñas. Ellas eran las espectadores indecisas de un paraíso anunciado en el que habría galantes caballeros y esperanzas correspondidas. La copla.
Así esa mujer de blanca piel, ojos oscuros y manos llenas de veladas primaveras, desgranaba las letras y asía con rapidez cualquier atisbo de ilusión, si acaso fuera al menos en labios de la copla.
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