El viento teje rosas


(El nacimiento de Venus. Botticelli. 1482-84)

Simonetta Vespucci convertida en la diosa del Amor recibe el soplo de los dioses alados y así, desde una venera que pisa con delicadeza de ángel, surge a la vida, mientras una ninfa aguarda para cubrirla con un manto floral. He aquí la escena que ahora rememoro mientras el viento sur, el que trae la lluvia, golpea los cristales de mi ventana y lanza un silbido contundente. Estoy aquí, parece decir sin otro motivo que asustarme. Estoy aquí y ahora tengo en mis manos el poder de lograr que ese hombre se arrebuje en su abrigo, que esos niños abandonen la plaza y que aquella anciana de gesto triste acelere el paso para llegar cuanto antes a su refugio. 

Abandoné mi tierra y sus vientos hace años, el tiempo en que esperaba que la vida escribiera capítulos de fuego y de esperanzas. La dejé atrás y con ella el conocido olor de las salinas cuando el levante hacía su aparición triunfal en los días de la feria y la humedad sagrada de la tierra que el poniente amasa sin darle tregua apenas. Los vientos están atados a esos años de infancia en los que postergaba los sueños porque pensaba que en esa anticipación de la dicha estaba el secreto de la felicidad. Se alejaron. Dejé de percibir sus sonidos y olores y ahora lo noto extraño. Este viento del sur que ahora me acecha es un extranjero en busca de acomodo. Pero no hallará refugio en mí porque ya no lo siento ni me aflige. 

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