"No dejaría nunca de escribirte. Cartas de Amor" de Gabriele D´Annunzio


(Botticelli. Madonna)

"No dejaría nunca de escribirte" es el título de las cartas de amor que Gabriele D´Annunzio dirigió a Barbara Leoni, su musa, su amante, la mujer a la que quiso tiernamente, la que hacía que su vida tuviera un sentido más allá de aventuras amorosas y de vicisitudes cotidianas. En sus misivas, que se recogen en un libro reciente, no hay solamente sentimiento, sino literatura. Él era un hombre casado y con hijos, pero, sobre todo, un incorregible mujeriego que halló en Barbara Leoni, primero un motivo de seducción, luego una amiga y, por fin, una emoción única que trasladó a sus cartas. Ella era tierna, lúcida, inteligente, amable y generosa. Una mujer para inspirar e inspirarse. El hombre que había coqueteado con todas las mujeres terminaría escribiendo de Barbara unas frases que nos dan cuenta de los lazos que establecieron: 

"¡No verte! ‒escribe d'Annunzio‒ ¡Cómo cambia de repente toda la visión de nuestra vida al pensar algo así! Es una especie de eclipse, como el que se avecina en estos momentos y lo envuelve todo en un siniestro velo. Se forma en torno a mí un inmenso vacío inerte. Pienso que no vale la pena vivir. Quisiera poder sumirme en un profundo letargo para pasar todo el tiempo que estaré sin verte".

Así es el amor a veces. Lejos de culminarse por medio de la pasión física, se convierte en un motivo para enhebrar las palabras, una tras otra. Así es el amor. Te miro y te deseo ardientemente. Estás frente a mí pero podrías situarte a miles de kilómetros, tanta distancia hay, tanta lejanía. Quisiera que mis manos cruzaran el espacio que nos separa, esa mesa blanca llena de objetos que estorban el paso de mis dedos. Veo, al otro lado de la mesa, tu figura, el espacio que ocupas, todo el azul que hoy llevas contigo, y quisiera poder acariciarlo, sin que nada se interpusiera en esa caricia, en ese abrazo. Mis palabras intentan convertir en lenguaje lo que es una emoción. Y no se puede. Recorro con los ojos todo lo que nos rodea, como si quisiera encontrar la palabra exacta, el gesto único que te hiciera quererme, que te llevara a entenderme en este instante en que lo siento todo, en que todo lo anhelo. Pero no, no hay palabras, no hay gestos, no encuentro nada más que vacío, un vacío que no me abandona aunque quiera llenarlo con alguna sonrisa.

No tengo nada tuyo. Nada poseo. No me tengo a mí misma tan siquiera. No soy, no permanezco, ni tan sólo las lágrimas, ni el eco de los pasos que recorría para llegar al sitio en que te encuentro. Te amo desesperadamente y por eso, solamente por eso, hoy mi mirada está ensombrecida por un silencio que no puede entenderse si no te asomas dentro, muy adentro. Si pudiera decirte que te quiero, mejor aún, si pudiera amarte, dejaría de escribir aunque muriera. 

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