La ola


Ella era una ola y se convirtió en una mesa. Fue sin darse cuenta. En un momento. El aire danzarín que gastaba se tornó inútil y nada tuvo razón de ser sin él. Lo supo cuando ya era tarde. Como siempre sucede, la luz del corazón no avisó a tiempo de notarlo mientras existía. Fue después, cuando las sombras lo invadieron todo.

Ella no entendió nada más que el silencio. Su risa se apagó. No tuvo fuerzas para alzar la voz en medio de un desastre violeta. La noche dejó de oler a noche y las rosas se fundieron con el pavimento. Miles de hojas salpicadas de sangre. Un sueño inacabado. Una promesa rota. La nada navegando entre balazos. 

Ella lo convertía todo en palabras desde siempre. No sabía el motivo pero vivía para escribir lo que veía, lo que sentía y lo que era. Las palabras trotaban, bailaban y cantaban en sus manos. Todo parecía tan natural. Ella era así. Sentía que no podía ser de otra manera. Y él entendía su necesidad. Su deseo de que todo fuera escrito. La escritura era el salvoconducto, el medio, el fin, todo. 

Él le preguntaba por las cosas que escribía, por sus historias, la animaba a escribir. Escribe, decía, escribe. Escribes de cine, decía a veces. Escribes tan bien. Te envidio. Me gusta tanto leerte. Qué bien escribes. ¿Qué has escrito hoy? Cuéntamelo todo. Cuéntame lo que haces. Cuéntame lo que eres. Cuéntame.

Es fácil acostumbrarse a la dicha. La dicha te conmueve, te llena, te cubre de una pátina de sueños que no puedes olvidar aunque lo pretendas. Por eso, cuando acaba, la vasija se rompe y se llena de huecos que dejan caer el agua. Agua turbia, agua dura, agua temblorosa. Lágrimas que no salen porque no tienen nombre. Te noto en mis entrañas y te busco. Dónde tu voz, ansío....

El aire de los días se convierte en cansino cuando el sentimiento no acompaña. La vida se hace de emociones y las emociones se apagan, se esconden, se ocultan, se malgastan. Él dejó de preguntar por su escritura, dejó de leer sus palabras, dejó de entenderla a ella. Dejó de estar al otro lado de la vida. Y entonces ella escribió la pérdida de su ligereza atlántica en un blog y dejó allí volar las palabras. Sin que él lo supiera. 

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