Una historia inventada
Ella había recorrido el mundo entero. Si no entero, sí todos aquellos lugares de los que se suele contar algo. Esos sitios que tienen nombres pronunciables, preciosos, limpios. Los espacios más anchos y más tiernos que uno pueda imaginarse. Las ciudades abiertas, rectas, llenas de sonrisas improvisadas. Los ríos, los campos, los desiertos que no aparecen en el mapa pero que existen, eso es seguro. Ella lo había recorrido todo y, sin embargo, una parte de su corazón todo lo ignoraba. No entendía el significado de las cosas. No sabía que las cosas existían. Que tenían nombre. Que no eran cosas simplemente. Ella había recorrido las dimensiones ocultas del silencio, esas que nadie entiende si no las ha vivido en carne propia. Ella lo sabía casi todo, menos exactamente eso que nadie debería dejar de conocer, si es que quiere contar, en un momento, que ha vivido.
¿Qué importa el sitio? ¿Qué importa si era una mañana de frío invierno o de esplendorosa primavera? ¿Qué más da las noticias que la radio cantara esa mañana? ¿Qué más da si era tarde? ¿Si era de noche o era un tiempo ignorado? ¿Qué más da si era hermoso? ¿Qué más da si sus palabras tenían sabor a beso? ¿Qué importa si sonrió o su semblante tenía la seriedad de una flor a punto de agostarse? ¿Qué más da si lo que no se mide sucedió en un instante?
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