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Sin ti no entiendo el despertar


(Mujer sola. Salvador Dalí)

Los días con sus colores, las horas con su incesante gota a gota, esos sonidos únicos que enhebran el paso del tiempo en una pulsera que llevas colocada en la muñeca, como si fuera el signo de ti misma. Te preguntas, en cada amanecer, donde está, por qué no está contigo. Deseas ver su rostro en cuanto el alba acaricia el visillo blanco de tu alcoba. Te interrogas acerca de ti misma, cómo te sientes, qué sientes y si sigues sintiendo esa cosa tan fuerte que te llevó anoche a derramar unas lágrimas dulces antes de dormirte…

Los amaneceres son promesas. En ellos se vislumbra la luz de cada día. Pero no siempre sabes en qué momento, qué gesto o qué palabra, volverá a traerte la luminosa voz de la esperanza, o el triste desconsuelo del amor que no es. Esos amaneceres en que tu mirada se vuelve sin remedio al otro lado, al lado que permanece quieto, vacío, en tu cama. 

Te quiero. Y no puedo decírtelo. Por eso cada vez me lo recuerdo. Palabras que no existen, ruido que no se escucha, mirada que no ve, ojos que nunca lo adivinan. Nada puedo decirte, ya lo sabes. Pero aun así, te quiero. Tanto que lo escribo sin poder evitarlo. Tanto que lo renuevo a cada paso. Te quiero tanto que más ya no es posible.

Y eso es una evidencia que traspasa el blanco amanecer, la negra noche. Que todo lo traspasa. Hasta el olvido. 


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