Puentes


Esa luz del incipiente otoño, mezclado con las briznas del último verano; ese sonido de la gente que cruza, que corre, anda, vuela a alguna parte. Esa mañana blanca del sábado que intentas sortear como si fuera un puente. Cruzar el puente y no sentir que es vano convertirlo en camino. 

Recorres la ciudad entre el gentío que no sabe su historia ni sus nombres, que agarra mapas como si se tratara del imperio romano a punto de estallar ante los bárbaros. Recorres la ciudad y miras hacia dentro, hacia tu geografía impenetrable. Y no te reconoces. Nada se abre ante ti para poderte asir a alguna cosa que no derive en llanto. 

Donde está la pregunta, la respuesta tiene un nombre sencillo. Es dolor, simplemente. Recordando el pasado, rememorando rostros, abriendo pasadizos al hilo de una anécdota, escribiendo memorias que ya no son las tuyas y que fueron. Donde está la pregunta, la respuesta se anota en un teléfono. Uno de esos modernos que lo contienen todo, incluso la esperanza de una llamada que nunca llegará, tú bien lo sabes. 

Esa luz incipiente del otoño, esa blanca mañana y transparente, en el puente que cruza sobre el río, o mejor en los puentes, para ser más precisos....Esa luz, te recuerdo que no contiene nada que puedas entender, porque no sabes la razón esencial, el nombre exacto de las cosas que escribo. Se llama amor aunque dolor se llame. 


(Imagen: El puente de Langlois. Van Gogh)

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