Ir al contenido principal

Mujer inhabitada


Puede uno leer un libro mil veces sin entender nada. Pueden miles de personas leer un libro sin extraer su verdadero sentido. Pueden realizarse decenas de películas sobre un libro sin que nada de su esencia llegue a las imágenes. Puede uno quedarse en la superficie y categorizar sin que haya comprendido de qué se escribe, qué se cuenta, por qué se dice. 

Esto es lo que creo que ha ocurrido con este libro. Convertido en literatura erótica sin más, en un contexto en el que la literatura erótica es un género con mala prensa, un subgénero infamante en realidad, no ha habido oportunidad de llegar más allá en su análisis. Sorprende la cantidad de personas formadas, supuestamente lectoras, que desconocen el libro, a su autor, el resto de su obra y, sobre todo, sus intenciones, su estilo, su escritura al fin. 

Para entender "El amante de Lady Chatterley" hay que situarse en el tiempo y el espacio en que fue escrito, pero, sobre todo, hay que ver en conjunto la obra de su autor, David Herbert Lawrence. Sin que tengamos presente "Mujeres enamoradas", "Hijos y amantes", "El arcoiris", "La serpiente emplumada" y los muchos cuentos de temas diversos que él llevó al papel, no podemos hacernos una idea cabal de lo que estamos leyendo. Es un caso claro de autor condenado por un libro que ni siquiera hemos analizado en su contexto o en su sentido. 

Cuando leí por primera el libro yo tenía trece años, así que tuve que hacerlo a escondidas. Leer a escondidas no tiene ninguna gracia. Es un absurdo. La palabra "absurdo" tiene mucho que ver con el libro. Sus primeras páginas están llenas de alusiones a ella. Todo resulta absurdo para los jóvenes protagonistas. La guerra, la invalidez, la lucha de clases, las ideas, lo establecido, lo nuevo, la intelectualidad, el sexo. Todo resulta tan absurdo que no vale la pena tomarlo en serio. Es un escepticismo flagrante, deudor del que sentía Lawrence, envuelto en la duda permanente de qué clase de vida era la que le había tocado arrostrar. 

Esta novela es un tratado sobre la mujer. Sobre la forma en la que se engaña a sí misma durante gran parte de su vida para convencerse de que quiere algo que, en realidad, no quiere. Sobre la forma en la que, cuando descubre un sentimiento que creía inexistente, pierde su capacidad de entender y se convierte en otra persona, aunque solamente en su interior, pues en el exterior sigue cortando rosas y colocándolas en un jarrón de cristal transparente. 

Ambientada en los años de la Primera Guerra Mundial y posteriores, Connie e Hilda son dos hermanas que representan el deseo femenino de independencia, tanto personal como intelectual. Por eso le dan un papel esencial en sus vidas a discutir con los hombres, a ser capaces de polemizar con ellos y a lograr que sus opiniones sean tenidas en cuenta. Las mujeres de ese momento tienen que hacerse visibles de alguna manera y para ello pueden estar incluso tentadas de abandonar lo más íntimo de sí mismas y convertirse en autómatas, tal y como denunciaba el autor con respecto a la mayoría de la humanidad ante el avance de la máquina. Es un feminismo que aniquila el sentir más hondo, en aras de una supuesta igualdad que, pasado el tiempo, se descubre como, otra vez la palabra, absurda. 

El mundo se hunde y ellos se enamoran. Parafraseo la idea de "Casablanca" para introducir ese elemento sustancial que en el libro no es accesorio. El mundo, después de la Guerra, es un lugar inhabitable. Ellos, los personajes del libro, son seres decepcionados, gente sin destino o con un destino que no desean. Los hombres y las mujeres que habían gastado tantas horas en conversar sobre los trabajadores, el socialismo, el arte y la política, llegan a la conclusión de que la Guerra ha arrasado sus cimientos y que tienen que reconstruirse desde los orígenes. Desde la esencia. Y allí, en la esencia, está el sexo. La atracción física. La experiencia del otro. La piel. El contacto con la naturaleza en todo su elemento más brutalmente cierto. Así, la sexualidad no es sino el trasunto de la vida en estado puro. No es sino el medio para reconocerse a uno mismo lejos de los clichés que la intelectualidad del momento había trazado. 

Las mujeres como Connie, quizá todas las mujeres, muchas mujeres al menos, esperan reconocer en el otro al interlocutor de todas sus necesidades. Y esto es de una complejidad tal que genera incongruencias y luchas internas, más allá de lo que podamos explicar con palabras. Las mujeres como Connie, algunas mujeres al menos, tienen delante de sí una diatriba permanente entre lo que significa su papel en el mundo y esa parcela del sentimiento que acunan como si no quisieran darla a conocer nunca. Las mujeres como Connie tienen miedo de perderse en alguien, prefieren controlar la situación, prefieren saberse respetadas que amadas, prefieren ser consideradas fiables y buenas conversadoras que convertirse en objeto de pasiones irrefrenables. Las mujeres como Connie desconocen el sentido del abandono, de la entrega, salvo esa especie de representación teatral periódica en el que parece que empieza y termina el acto último de un novelón romántico. 

El problema está en la vida. La vida sale al paso aunque uno no quiera. La vida existe más allá de nuestro propio control sobre las cosas. Lawrence la representa en la naturaleza, en el brote de los campos, en la vida rural, y la contrapone a la onerosa vida de las ciudades, llenas de miseria, hollín y cielos oscuros. En la naturaleza, en el comportamiento natural de los hombres, está el secreto de la esencia perdida, algo que debe ser preservado si uno quiere medianamente disfrutar y no convertirse en una clase de ser irracional buscador de oro. 

Así, el sexo para Lawrence se inscribe en esa preservación de un espacio sagrado, en un instinto que debe entenderse como parte de lo más puro que el ser humano tiene. Y no está relacionado con nada sino con el sexo mismo. Pero tampoco tiene añadidos que lo deslegitimen o lo conviertan en algo usado, manido, confuso. Su limpieza viene de su verdad. De lo esencial, que lo vincula con los hombres y las mujeres. Los hombres  y las mujeres han de sentir que son parte de la vida también a través del sexo. Y no deben avergonzarse por ello. 

En la primera parte del libro, Connie desprecia a sus compañeros de estudios que, tras una relación sexual, dejan de aparecer ante ella como seres deseables. Los hombres siempre buscan lo mismo, viene a decir, y hay que dárselo para que no se enfaden, porque son como niños, que nos obligan a cosas engorrosas que, en realidad, no nos gustan. El sexo obligatorio, el sexo sin compromiso interior. Pero luego, ante la evidencia de que su marido nunca va a poder darle hijos y, sobre todo, ante el encuentro con el señor Mellors, Connie siente que ha estado equivocada todo el tiempo y que algo estaba a punto de escapársele de la vida. 

Mellors, guardabosques pero no iletrado ni inculto, con la rudeza justa para hacer un trabajo duro, pero con la sensibilidad propia de los hombres que son sensibles (los hay que no lo son, como ocurre con las mujeres) conduce a Connie no a un recorrido a través de él, sino a conocerse a ella misma. Connie descubre que estaba en ella el poder de sentir las sensaciones, los deseos y las emociones que la rutina impuesta de su vida había ocultado. 

Connie, una mujer inhabitada, recorre un camino antes desconocido y sabe que ese camino ya no tiene vuelta atrás. Algunos aspectos de su vida que antes le parecían básicos dejan de tener importancia: la buena fama, la posición social, el nombre, el abolengo, las comodidades materiales, pero, sobre todo, esa supuesta dignidad añadida que consiste en mantenerse derecha en la silla ante las visitas, que consiste en que nadie tenga que decir nunca nada de ti, que consiste en dejarte pudrir por dentro para mantener una apariencia de matrimonio inexistente, que consiste en olvidar lo que deseas y lo que quieres. 

Describir escenas de sexo es muy difícil. Lo más parecido a una descripción ajustada, sin exageraciones que llamen a la risa, con una pátina de sentimiento, emoción, ternura, pasión, inconfundible, es este libro. Leerlo sin prejuicios y sin imágenes basadas en susurros entrecortados de escenas de cine. Leerlo y pensar después si eso que Connie llega a sentir no es lo que las mujeres, muchas mujeres, algunas mujeres, una sola mujer quizá, ha deseado sentir y aún lo desea. Aunque hablar de ello sea todavía, extrañamente, un absurdo. 

La lucha entre la visión intelectual de la vida y la visión vital, sensual, está presente en sus páginas. El libro, de todas formas, narra con detalle los encuentros entre Connie y Mellors, de forma que escandalizó a la sociedad británica e impidió que se publicara en el Reino Unido hasta los años sesenta del siglo XIX. La primera impresión se hizo, pues, fuera de esas fronteras del puritanismo, en la abierta Florencia, en 1928. 

Las escenas de erotismo reflejan con toda naturalidad y un punto de poesía inevitable al sexo, que la mujer tiene el mismo derecho que el hombre a gozar de su cuerpo y del cuerpo del otro. Que no es una espectadora pasiva, ni una recipiendaria conformista, a la hora de establecer una relación. Y que no es amor, que no es voluptuosidad, que es algo más carnal, pero, al tiempo, más profundo, más necesario, más lleno de ese instinto vital que el autor reivindica. 

No diría yo que este es el mejor libro de D. H. Lawrence. Prefiero "Mujeres enamoradas" e "Hijos y amantes". Pero conecté con su forma de ver el sexo desde el principio. Aún creo que es cierto lo que cuenta, aún creo que las mujeres, sin esa plenitud que da el contacto con el cuerpo del otro, es un ser inhabitado. Sé que esta opinión no es del gusto de muchas mujeres, por supuesto no de las feministas que aseguran ser autosuficientes y que rechazan a los hombres. Por supuesto no de las que defienden el sexo dentro del contexto del amor, de la formalidad y las relaciones estables. Sin embargo, en mí al menos encontró Lawrence una mujer que entiende, y de qué manera, qué siente Connie, qué ve en Mellors y qué extraño lazo los ata. Y esos lazos son muy difíciles de desatar. 


Comentarios

Carmen Pinedo Herrero ha dicho que…
Maravilloso, Caty. Es eso. ¡Es eso!
No sé si se trata de "estar dentro de alguien que la salve de sí misma", tal vez sí, pero lo que es seguro es el reconocimiento, ese decir "soy así, para salvarme o para destruirme, pero soy esta".
Gracias por expresarlo con tanta lucidez y belleza.
Caty León ha dicho que…
De nuevo, gracias, Carmen. Resulta curioso como uno escribe cosas que tenía que escribir alguna vez y que solamente salen en momentos determinados. De intensa y apasionada necesidad o de vida que no acaba de romper. No sé.

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co