Elogio del mérito

La luz de Sevilla entra por todos y cada uno de los patios del gran edificio que albergó una industria de leyenda y que hoy es buque insignia de la Universidad. Un gran barco del saber en el corazón de una ciudad esculpida en los siglos de la historia. Es el espacio privilegiado en el que todavía pueden oírse, si prestas la atención suficiente, el eco de los viejos maestros. 

Apagado el calor insoportable de los hornos, despejado el polvillo arenoso del tabaco en rama, lejos las mujeres de rompe y rasga con sus niños de pecho agarrados a la cintura, el edificio pervive sumido en la serena contemplación filosófica del paso del tiempo. Pero las voces siguen, no desaparecen, reposan en sus muros y reviven si eres capaz de atenderlas. Tantos años aflorando vocaciones, despertando talentos, azuzando el destello del saber...Tantos años, desde aquel pasado en el que la actividad más puntera de la ciudad precisaba nuevo acomodo y lo halló justamente en este lugar, entonces virgen y ahora centro del centro.

La Fábrica de Tabacos es una retícula laberíntica en la que los patios ejercen la función de delimitar el espacio. Dentro, el Patio de Arte es un minúsculo reducto en el que el tiempo se escribe con pinceles y a golpe de columnas salomónicas. Ves allí a los viejos catedráticos, moradores de los pisos altos, que daban las clases en completa oscuridad mientras pasaban las diapositivas con su crack característico. Ves a los profesores nuevos pasearse por los pasillos con aire absorto, prendidos en un nuevo hallazgo arquitectónico de cualquier país de Oriente o en la cambiante autoría de un cuadro.

El Patio de Arte tiene el tiempo detenido. No se oye el tic-tac del reloj ni las voces se elevan más allá de un susurro. Puedes sentarte en uno de sus bancos de madera gastada y observar el vaivén silencioso de los alumnos, que llevan en las manos extraños libros de Egon Schiele o de Chagall, tratados de Pacheco o de Leonardo, monografías sobre la Bauhaus o El Jinete Azul.

Estos doctos espacios de hoy contemplaron antaño el incesante ir y venir de las recuas de animales que trasladaban el material de uno a otro lugar; el bullicio incansable de las mujeres, paisanas de Sevilla y de sus pueblos, que escribieron páginas de historia laboral y de literatura a partes iguales. Por allí andaban también los ingenieros buscando soluciones a las miles de incógnitas que el día a día deparaba en su larguísimo periplo constructivo. Allí estaban los capataces y operarios, protagonistas ciertos de un empeño genial.

Allí las cigarreras desde 1812, cuando las hijas de Matías Martínez, antiguo portero, dieron en ejercer este singular oficio. Serán ellas las que capten la atención de los viajeros románticos, asombrados de su prestancia alegre y su desenvuelta disposición. Así se escribirán las inmortales páginas que las convertirán en leyenda. Mujeres apasionadas, valientes, atrevidas, sensuales. Hombres que caen, irremisiblemente, en las redes del amor o de la carne. Historias susurradas. Qué dirán en las casas de vecinos, en los corrales, en los soportales de madera que sombrean las calles y que comparten bestias y personas en una mezcla indiferenciada....Qué cantarán las coplas...Qué sonará en las óperas...

En el Patio de Arte los recuerdos se superponen. Forman una lista desordenada para que la memoria encuentre su acomodo. Guerrero Lovillo, islámico. Serrera, en los museos. De la Banda, arte español. Jorge Bernales, acento y color peruanos. Vivaz Valdivieso, apasionado e irónico. Martín, contemporáneo. Palomero, entre diosas y vírgenes. Del Castillo, un libro del orfebre Cellini. Sanz, oriental. Sánchez Pedrote, armonía atlántica. Garmendia, blanco y negro.

Entiendes que este amor de ahora, este disfrute, este lazo invisible que sientes hacia el Arte, que te alimenta incluso en las horas vacías, tiene que ver con ellos. Tiene que ver con tantas horas oyendo sus palabras, hilvanando imágenes y rebuscando entre libros. Recibiendo su mejor regalo, sus vidas enteras entregadas. Entiendes que eso es el mérito. El mérito de la excelencia. El mérito del que sabe, del que investiga, del que estudia, del que enseña. En ellos está el mérito y esta es la hora en que tú lo agradeces y lo expresas con palabras sencillas. Gracias, maestros.


(Ilustración: Gonzalo Bilbao "La salida de la Fábrica de Tabacos")

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