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Deberes y WhatsApp

La eficacia de los deberes escolares como acompañamiento en el proceso de aprendizaje ha estado y estará siempre en el alero del debate. Los debates educativos son muy curiosos. En ellos participa todo el mundo, porque el simple hecho de haber sido, en algún momento de la vida, un sujeto por educar, un alumno, nos convierte a todos en expertos. Es, por eso mismo, un debate en el que las reglas de juego están desdibujadas o, simplemente, no existen. Las informaciones sobre la educación siguen este mismo guión: rumore, rumore, rumore. Como si se tratara de una vieja canción italiana, como si anunciara lo que ha ocurrido, al fin, con la prensa del corazón, los rumores configuran el esqueleto de la discusión, al estilo de "han dicho que van a aprobar esta ley", "me cuentan que en el instituto tal pasa tal cosa" y así todo. 

Sean buenos o malos los deberes, obedezca la moda de ponerlos a lo que obedezca, el caso es que, la última tendencia, lo más cool, es hacerlos con el móvil al lado. Un móvil como tienen ahora los chicos, es decir, nada de un ladrillo simplemente para llamar, no, ni mucho menos, un móvil con todos sus avíos. Un pedazo de móvil, para entendernos. Este potente aparato ha sido puesto en sus manos sin manual de instrucciones. Es decir, en ningún sitio se aprende a usarlo. Con toda esa tendencia que tenemos en España de que cada necesidad se convierte en una asignatura no nos explicamos como todavía a nadie se le ha ocurrido pensar que el uso de los móviles y de las nuevas tecnologías en general en lo que se refiere a las redes sociales, ha de ser regulado, aprendido, controlado y enseñado. La prohibición ha sustituido a la información. Así que ¿qué queremos? Les prohibimos usar el móvil en los colegios e institutos y las familias les compran el móvil último modelo equipado con todo lo que uno pueda desear. ¿Coordinación familia-escuela? 

Hacer los deberes con el móvil a un lado de la mesa, junto al libro, el diccionario, los cuadernos, los bolígrafos y el ordenador, equivale a trabajar en equipo. Los niños no se resisten a consultar cualquier cosa a través del grupo de WhatsApp. Si se me ha olvidado la fecha de un examen, porque no lo he anotado en la agenda, entonces lo consulto en el grupo. Si no tengo claro un concepto, lo pregunto en el grupo. Si tengo dudas en un problema, también lo consulto. Hasta aquí podemos considerar, desde luego, que hacer los deberes ayudado por el WhatsApp puede ser una buena opción. 

El problema surge cuando una consulta dura cincuenta minutos, cuando el grupo merodea por otros temas más interesantes que el teorema de Pitágoras, cuando el tiempo pasa y el estudiante observa, con estupor primero y con resignación después, que ha gastado la tarde y que no ha logrado abarcar ni la cuarta parte del trabajo previsto. Y, aún más, que el error que ha cometido el primero que contestó en el grupo se ha trasladado a treinta alumnos más. Por supuesto, nada de esto se tratará en la clase, nada se comentará con el tutor ni con el profesor de materia, sencillamente porque los móviles no existen en el sistema educativo, están prohibidos ergo son invisibles. 

Tamaña dualidad genera en los alumnos una ansiedad variable pero cierta. Algunos no pueden vivir sin contar en el grupo de WhatsApp hasta sus más mínimos movimientos. Otros adquieren una dependencia total de los otros, del estilo de la que generan los profesores particulares, pero con el problema añadido de que no hay control de calidad en las respuestas. Los estudiantes que no tienen móvil con internet, pocos desde luego, pero algunos, o aquellos que no están incluidos en el grupo por una cuestión de marginación, sienten aún más su soledad. No cuentan conmigo, dicen. Me hacen el vacío. Porque, además de los deberes, por el WhatsApp funciona y corre la exclusión, el posible acoso, el abuso de poder de los líderes sobre los otros. 

¿Es malo usar el móvil? En absoluto. ¿Es conveniente tener un móvil como instrumento imprescindible olvidando el sentido de localización comunicativa que tiene? Vamos a discutirlo según las edades. ¿Es lógico que el alumno sienta ansiedad cada vez que está el móvil apagado? No, por supuesto. ¿Hay que educar en el uso del móvil? Definitivamente, sí. 

En pocos años se trabajará en las consultas de los psicólogos con niños y jóvenes ansiosos y dependientes de las tecnologías, en cabeza de todas ellas el móvil desde luego. Tendremos que reflexionar por qué antes de ponerlos en sus manos no les dimos las herramientas mentales necesarias para su autocontrol en el uso y por qué, en lugar de prohibirlos y sacralizarlos convirtiéndolos así en un precioso elemento clandestino, no regulamos de alguna forma las edades de uso, la manera de darle su sentido utilitario exacto y todas aquellas otras circunstancias aledañas que inciden en su manejo. 

Y, quizá, convendría añadir ahora la pregunta clave: ¿Qué está ocurriendo en la comunicación humana para que los alumnos se sientan cada vez más aislados y con más dificultades para expresarse cara a cara al tiempo que aumenta la relación virtual en entornos dominados por las máquinas? 

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