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Un niño

La biblioteca del colegio está vacía. Es la hora del recreo. Una hora ansiada siempre, pero más aún hoy, cuando estamos todos a punto de empezar las vacaciones de Semana Santa, después de un larguísimo trimestre. Los niños notan el cansancio y los profesores también. Soñamos con los días sin prisas para poder leer, con no tener que madrugar, con charlar amigablemente sin interrupciones, con viajar, con ver una buena peli...Los niños tienen también sus sueños, desde luego, aunque no sé si podría reproducirlos porque...¿con qué sueñan los niños de ahora? Quizá la vida no ha cambiado tanto como supongo y todavía siguen soñando con las mismas cosas que nosotros a su edad, quién sabe...

Estamos tan cansados que no podemos pensar ahora en cómo han salido las cosas, cómo hemos trabajado, qué resultados han tenido nuestros esfuerzos...no es momento ahora de todo esto, llegará más adelante, cuando no estemos tan agotados de un trimestre que se termina dejándonos exhaustos. 

En la biblioteca del colegio, vacía, ha entrado un niño. Da la impresión de que es de cuarto o quinto. Lleva en la mano un bocadillo de mortadela, un fantástico bocadillo que está diciendo "cómeme", como si formara parte de Alicia en el País de las Maravillas, como si nos indicara el camino de un suculento mordisco. "Cómeme" dice el bocadillo. El plátano que me acabo de comer parece algo ridículo si lo comparamos con ese fastuoso bocadillo de pan de mollete con dos o tres lonchas de mortadela italiana. Hummmm. Y este niño se lo come mientras repasa con la vista los libros que hay colocados en las estanterías de la biblioteca. A decir verdad, en esta biblioteca hay pocos libros. Recuerdo mi biblioteca, la anterior, por la que trabajé tantos años, tan amplia, luminosa, con esa claridad, con esa maravillosa esencia de paraíso de las letras...Esta biblioteca tiene pocos libros todavía y, además, comparte espacio con casi todo, con el teatro, con las clases de alternativa, con la recuperación...seguramente por eso los duendes mágicos de los libros no se notan, no se hacen presentes...O sí.

Este niño sigue dando vueltas, mirando los ejemplares que están en las estanterías, mientras muerde su bocadillo, tan suculento, y bebe con una cañita de su zumo. En un momento dado me he detenido a su lado y le he preguntado: ¿te gusta leer?. Muchísimo, me ha respondido. Soy capaz de leerme un libro al día. Me lo paso muy bien leyendo. 

Ya lo veo. Tan bien que la hora del recreo para él es la promesa de una felicidad cierta, ahí sentado, en la mesa verde de la biblioteca del colegio, con el bocadillo en la mano, el zumo cerca y, delante, el libro que ha elegido para leer. Lo ha encontrado en las estanterías azules y beiges y lo ha cogido sin dudarlo. Es un libro grueso, rojo, con los créditos en verde. Parece un libro de aventuras, aunque no he podido fijarme con detalle, porque ya ese niños se ha olvidado de mí. Está absorto en la lectura y nada de lo que ocurre en el mundo exterior le importa.

Esperemos que no hay ningún profesor que se preocupe porque este niño, en lugar de darle patadas al balón en el recreo, está sentado en la biblioteca leyendo ardorosamente su libro. Esperemos que no haya quien piense que este niño es raro, o es especial. No lo harían, desde luego, si vieran ahora su cara. Disfruta con la lectura, saborea su bocadillo y están metido en un mundo que todos desconocemos, un mundo de papel en el que sobramos todos los demás, en el que están las palabras formando un universo de fantasía que lo salvará de todos los naufragios de la vida. 

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