Tiempos difíciles

Charles Dickens lo hubiera expresado con genialidad. Estos tiempos de zozobra, esta búsqueda de la mejora, sin saber si llegará y si nos sacará del marasmo. En todos los rincones de la sociedad hay una insatisfacción, una necesidad de que algo cambie y que ese cambio sea para bien. No hay recetas, entretanto, salvo el trabajo individual y callado, la honestidad, la decencia, aunque sean cosa antigua que parece que no da réditos. Pero, además, necesitamos consuelo, consuelo ante la enfermedad, la duda, la incertidumbre, la soledad, la desesperanza. Consuelo ante el horizonte incierto, ante el azote del dolor, ante la pobreza, la miseria y la necesidad. Consuelo ante la traición, la ignorancia, el egoísmo, la mediocridad. Consuelo ante los que mandan, los que se perpetúan en el poder, los que no hacen autocrítica. Consuelo.
Ahí están, por eso, los libros. También las películas, desde luego. Y la música. El arte, la cultura en general, ese alimento del espíritu tan necesario, en el que creo expresamente. Pero los libros...se abren ante nosotros en silencio, sin exigirnos nada, sin pedirnos nada a cambio. Alguien escribió ese libro para que lo leamos, para que nos haga reír, o pensar, o llorar. Cuando abrimos el libro, dejamos de estar solos. Se concitan en ese momento entre nosotros todos sus lectores y también la persona que lo escribió, que le dedicó horas al folio en blanco, a luchar contra la falta de inspiración o el desánimo. Amo los libros por eso, porque salvan del naufragio, colocando delante de nosotros una luz, difusa, pequeña, pero cierta.
Al lado de estas palabras, en la columna lateral de este blog, hay algunos libros que he leído y que han sido importantes, son importantes, por el efecto que han causado, algunos inmediato y otros más duradero. Ay, los libros, en tiempos difíciles solamente ellos escriben nuestro nombre sin olvidarnos...


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