En la muerte de Manuel Mairena
Leyendo las necrológicas y oyendo los comentarios que ha suscitado su muerte, he recordado los tiempos en los que tuve la ocasión, la fortuna, de tratarlo. Estaba yo embarazada de mi hijo Antonio y me regaló un precioso cuadro, enorme, en el que su hermano Antonio aparecía en su clásica pose con la Llave de Oro del Cante. Me dedicó ese cuadro con su letra de trazo antiguo y sigiloso.
Manuel Mairena participó en nuestros cursos de flamenco para docentes. Su participación era garantía de seriedad, de conocimiento y de generosidad. Tengo una preciosa foto que ahora no puedo ofreceros porque anda por ahí, en la que estamos juntos, al lado de Antonio Carrión, de Marcelo Sousa y de Manolo Calero, en un bar de San Juan de Aznalfarache, después de una de las sesiones de trabajo con profesores, enseñándoles, a través de los mejores artistas y ponentes, lo que era el flamenco. Éxito total cada vez que Manuel Mairena, Manolo Mairena, ofrecía su arte a auditorio tan interesado y tan respetuoso, algo que él agradecía enormemente. Esos ratos fueron mágicos. Los recuerdos de entonces los conservo como oro en paño en ese lugar de la memoria que contiene todo lo bueno que nos ha ido ocurriendo. Ahora, el mejor homenaje para él, es reiterar el respeto que produce alguien que es fiel a sí mismo durante toda su vida, que es capaz de conservar el legado que recibe y que, como persona, fue generoso con su arte y tuvo la nobleza de mirar de frente.
Descanse en paz, Manuel Mairena, en el cielo de los flamencos buenos.
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