Travesía con vestido violeta
Hace
¿mil años?
El mar era una balsa oscura, que
apenas se movía. La noche era muy fría, a pesar de que estábamos en mayo o en junio,
qué sé yo. El barco se llenó de risas juveniles, de gente que corría, de piernas
que saltaban, de brazos desnudos en busca de mantas porque la noche es
traicionera en alta mar. El barco había partido de Alicante y allí se despidió
de la península al son del carnaval, con las coplas que habíamos aprendido años
antes y que se habían escrito para nosotros, para gente como nosotros, los
estudiantes de Magisterio que marchábamos, por una vez, a pesar de las
reválidas y del poco dinero, a cruzar el mar en busca de aventuras.
Aquel vestido violeta tenía pequeñas
florecitas que, a simple vista, no podían distinguirse. Tenía una falda amplia,
de capa, que se abría con el movimiento, y un escote redondo y unas mangas de
farol, como las que entonces (y ahora, de nuevo) se llevaban. No hubo ninguna
cámara que inmortalizara aquel vestido aunque mi retina lo conserva todavía,
tanto que parece más nítido que algunas prendas colgadas en uno de mis
armarios. Estaba también aquella falda amarilla y la camisa de cuadros, y el pantalón
beige, también el chaleco cruzado, pero, sobre todo, recuerdo aquel vestido
violeta, con pequeñas florecitas salpicadas, la falda amplia y las mangas de
charol.
Era un castillo fantasmal en el que
la cena estuvo llena de secretos, de voces y fotos que, en un momento sin
remedio, se quedaron destrozadas y en una papelera. Al término de la fiesta todo el mundo quería
llegar rápido al hotel, porque allí mezclados en las habitaciones, escondidos
de los profesores que vigilaban, podíamos dar rienda suelta a los comentarios,
las risas, las disputas quizá… Era un tiempo de comienzos del verano
esplendoroso, era el tiempo en el que todo se iniciaba…Eran tiempos en los que
se intuía, porque no había seguridades, ni eran necesarias. Era un tiempo que
pasó y es ahora, quizá, después de tantos años, cuando adquiere su valor, su
sentido, cuando se eleva sin sombras, sin ese tono de culpa, de miedo o de
cobardía, quién lo sabe.
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