Ir al contenido principal

Lectura por encargo



Nuestros blogueros, el "hondero balear" y "biblos", asiduos visitantes de este blog, coinciden en el sentido de lo que es la lectura. Ambos entienden que leer no es solamente una destreza, una habilidad o una forma de descifrar un código, sino que, en la lectura, convergen razones que la convierten en una actividad entretenida, divertida, acogedora, entusiasmante... Así que podemos encontrar cierta disparidad entre esto y el hecho de que, en las aulas, los profesores decidamos que hay libros que deben ser leídos por nuestros alumnos. Esos libros, que llamamos de "lectura obligatoria" contradicen, en sí mismos, la esencia de la lectura como acto de la voluntad humana en la búsqueda de la felicidad y, además, revela que hay diversos "niveles" en el proceso lector.
El primer nivel es puramente mecánico. A los niños se les enseña a leer en los primeros años de su escolarización. El debate sobre cuál es el momento idóneo para enseñar a leer está presente en la educación desde hace años y ha habido posturas diversas que llevaron, por ejemplo, durante cierto período de tiempo a que las maestras de preescolar no enseñaran a los niños a leer y que la lectura fuera abordada, con carácter obligatorio, en primero de primaria (o en primero de EGB, según otra nomenclatura ahora ya superada). En este sentido, los métodos de lecto-escritura han mostrado al maestro diversos caminos por donde transitar. Por su parte, la pre-lectura y la pre-escritura, han tenido un sitio en las programaciones didácticas de la etapa infantil, para preparar al alumno a recibir, de la forma más adecuada posible, el momento en que se adentrará en el conocimiento de la lectura. El proceso de enseñar a leer ha ido paralelo al de enseñar a escribir. En los diversos métodos (silábico, onomatopéyico, global) la lectura y la escritura son dos aspectos complementarios que se suceden ordenadamente en la secuencia de las actividades escolares.

Cuando, hace años, yo era maestra, enseñé a escribir a dos promociones de niños (una en Alcalá de Guadaira y otra en el Parque Alcosa), en primero de EGB. En ambos casos, con solamente un año de diferencia, utilicé el método global de Felipe González del Pino, un antiguo maestro represaliado que iba ambulante, de un colegio a otro, con sus enseñanzas prácticas sobre el método que él mismo había inventado y que se sustentaba en unos humildes materiales: unas cartulinas, una especie de pequeña estantería de madera... Todo el trabajo estaba ordenado en torno a cuatro frases, las cuatro frases mágicas que decían: "El gatito va de paseo", "El pollo mira la choza", "El muñeco feo se peina", "Abuelo, se cayó la jaula". Ni que decir tiene que estas cuatro frases abrían a los niños la puerta del paraíso, pues, a partir de ellas, se enhebraban las tareas (esa expresión que ahora vuelve de actualidad), se leía, se escribía y se resolvían problemas de matemáticas, pues el método llevaba aparejado también el aprendizaje de las cuatro reglas. Una vez llevó Felipe González del Pino a mi clase, siendo ya muy viejecito, y me riñó porque yo, que tenía veinte años y muchas ideas en la cabeza, había decidido "integrar" en el método unas cuántas ocurrencias que a él se parecían sacrílegas. Cosas de la juventud, de los maestros nuevos, me dijo.

Después de ese primer momento en el que los alumnos descubren la lectura y empiezan a leer los rótulos de la calle, los letreros de las etiquetas y despiertan la ternura y la nostalgia en sus padres, porque empiezan a recorrer un camino que ellos reviven a través de los hijos, llega el tiempo largo de afianzar la destreza en el manejo del lenguaje, de medir la velocidad lectora, de trabajar la comprensión, de ampliar el vocabulario, de utilizar con sentido el lenguaje. Este proceso es muy largo, larguísimo, y requiere sosiego, planificación y volcar en él todas las energías de las distintas parcelas del conocimiento. El alumno no aprende a leer en los tres primeros meses de primaria, sino que el verdadero aprendizaje de la lectura, y por consiguiente, de la escritura, requiere años de entrenamiento y de un entrenamiento diario. Es como si pretendiéramos manejar una bicicleta con un mes de aprendizaje y nunca más volvamos a usarla.

Desde mi experiencia como profesora he echado siempre de menos que se le dedique más tiempo al desarrollo de esa destreza, que incluye utilizar el lenguaje como elemento de comunicación en todas sus vertientes. Siempre he pensado que a este objetivo deberían subordinarse otros que se pueden confundir con esenciales cuando en realidad no lo son. Es evidente que el instrumento esencial por el cual los alumnos van a poder adentrarse en los conocimientos de las diversas ramas del saber (que ordenamos en materias a efectos de su estudio sistemático) es el lenguaje, pero no parece que en nuestra actividad didáctica este hecho quede suficientemente plasmado. Porque, si es así, quizá la lectura debería tener un tiempo específico y privilegiado, y, además, en todas las materias, no solamente en la que nos acerca al conocimiento científico de la expresión lingüística, esto es, la Lengua.

En cuanto a la escritura, es imposible escribir correctamente sin leer. La lectura es la base de la escritura, aunque no es suficiente, porque la destreza a la hora de escribir también requiere un entrenamiento. Es verdad que hay personas con mayor facilidad expresiva que otra, y también quiénes tienen unas facultades innatas con relación al lenguaje, pero no es menos cierto que el adiestramiento del alumnado, en este tema como en otros, traerá como resultado que los niveles de expresión escrita mejoren sustancialmente. Dejaremos para otro momento el referirnos a la expresión oral, esa gran olvidada de nuestro trabajo diario, en el que los alumnos son amanuenses, escribas egipciones o funcionarios con manguito, de tanto tiempo como invierten en escribir cosas no precisamente creativas. ¿Creatividad? He aquí otra cuestión colateral que aparece de pronto.

Cuando se supone que ya el alumno ha aprendido a leer suficientemente, los profesores tendemos a impulsar su gusto por la lectura a través de las que podemos denominar "libros por encargo". Les pedimos que lean tal o cual libro y, en ocasiones, les hacemos exámenes de los libros, o les encargamos un trabajo sobre los mismos, una ficha bibliográfica, algo que demuestre que lo han leído. Los alumnos leen el libro porque se les ha encargado y porque de ello depende su nota en las evaluaciones. Y es entonces cuando se produce el curioso hecho de que haya alumnos lectores que no lean esos libros, que hagan como que los leen, que salgan del paso pero sin leerlos. Esto ocurre con mucha frecuencia. ¿Por qué? Se nos ocurren algunas respuestas: porque los alumnos lectores tienen su propio gusto por la lectura y no leen sin ganas un libro; porque, aunque no lean esos libros, tienen recursos suficientes como para salir del paso sin tener que leerlos: leen transversalmente; porque no están acostumbrados a leer por obligación y les cuesta...

Este es un debate interesante. ¿Hay que obligar a los niños a leer libros determinados o impulsar que lean lo que sea? ¿Es mejor libros obligatorios o libros recomendados? ¿Se eligen bien los libros obligatorios o los recomendados? ¿Tienen alguna opinión los alumnos en la elección de esos libros? ¿Qué criterios seguimos los profesores para hacer esas recomendaciones o encargos? ¿Se evalúa el resultados de esas lecturas impuestas con algo más que con un examen? Etc. etc. etc.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros