Pasito a pasito...

(Sin título. Ignacio Tovar)

Conozco a un muchacho que comenzó leyendo (sin saber leer) los libros de pastas duras que incluían enormes dibujos con los nombres de las cosas: sillas, mesas, zapatos, casas...
Después, vinieron los libros de cuentos. Luego, los de Teo. Más tarde, los Mortadelos (todos los Mortadelos, risas, ironía a partes iguales). A continuación, Astérix y Tintín. A partir de ahí, casi todo.

Como esa canción que cantaban mis preescolares del colegio de la Compañía de María:
"Pasito a pasito
pasazo a pasazo
como un enanito
como un gigantazo..."

Así, paso a paso, se hace uno lector. No de un día para otro (aunque quizá un día se produzca el milagro del encuentro). Es tarea lenta, prodigiosa, diaria. Tiene mucho que ver con observar a los papás leyendo y también con que en el aula haya libros. Libros encima de las mesas y en las estanterías. El profesor levantando un libro y leyendo algunos renglones. Si no olvidáramos nunca lo que significa el placer de leer, nos daríamos con toda la fuerza del mundo a la tarea de hacer lectores, antes que otra cosa...
¿Cuánto tiempo a la semana dedicamos a leer en casa con nuestros hijos y a leer en clase con nuestros alumnos? He aquí la cuestión.
Podemos proponernos una tarea sencilla: Comenzar las clases con una frase de un libro de un autor cualquiera. Las primeras frases podemos seleccionarlas nosotros, de aquellos libros que nos gustan y nos acompañan. Pero, ¿por qué no? otras las pueden traer pensadas y escritas nuestros alumnos. A ver, ¿quién quiere comenzar la próxima clase con una frase? Sí, vale, tú mismo. Esperamos que nos la traigas.
Quizá, haciendo esto, algunos niños que no han tenido la suerte de tener a su favor los bienes que la naturaleza concede a otros, puedan comenzar a hacer algo útil en el aula. Esto les dará un sitio que antes no tenían. Quizá el profesor, al observar que tal o cual niño habla poco, no tiene amigos o se esconde al final para que no se note que está allí, pueda encargarle que sea él quien abra la próxima clase con una frase. A lo mejor nos sorprendemos con los resultados.
Porque las palabras pueden salvar, de eso estoy segura. Son un refugio contra la soledad y, también, por qué no decirlo, contra la mediocridad y la rutina. También para los niños...

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