El curso de escritura


 Ya iban tres veces. En tres ocasiones se había apuntado a un curso de escritura. El primero fue de poesía. Los profesores hablaban de figuras literarias y de metáforas y de nombres raros y había que escribir metiéndolo todo en un corsé y nada de eso parecía tener similitud alguna con la poesía que a ella le gustaba. No había sonidos ni armonía, no sonaba la música al leerlos. Tenía escritos un montón de versos pero nunca sabía si eran buenos, si valían algo o si eran solo palabras y más palabras. No le aclararon nada y dejó que el tiempo pasara sin más. 

Después fue una cosa de una universidad, carísimo, que tenía que ver con la creación literaria. Dudaba mucho de que la profesora supiera escribir ni siquiera un aforismo pero había mucha teoría, teoría, teoría, teoría, y nombres raros y corsés de nuevo. Un aburrimiento. Como un libro de texto antiguo que hubiera que aprenderse sin más. No estaba la vivacidad de la creación, ni tampoco la belleza, ni la verdad. Lo dejé sin acabar y perdí el dinero, claro. 

Y la tercera vez era para aprender sobre relatos breves. Y todo era lento, lentísimo, nadie entregaba los ejercicios, la gente pasaba, el profesor pasaba y ella se volvía a aburrir, porque no aprendía nada. Debe haber algo que pueda aprender en algún sitio. Pero no sabía dónde. Quería sentirse alumna, pero no sabía de qué. Era un curso larguísimo y también caro, pero no era ese el problema sino que todo parecía pasar por gente desocupada que escribía cosas sin sentido y que no cumplían plazos ni se hacían responsables de sus tareas. No le gustó. Desistió de aprender a escribir en ningún sitio. 

(Foto de Nina Leen)

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