Todo es azul en Portimao
Ese horizonte se confunde con el mar. Y el agua del mar parece caer en la piscina. La gente parece absorta en sus cosas, las parejas se miran, al son de una música tenue bailan cuando cae la madrugada. Alguien te ofrece una copa y sonríes. Estáis esperando el milagro. O eso parece. Hay una especie de tiempo nuevo cuando llegas aquí, una prórroga de la vida cotidiana. Terminan los agobios y acaban las tareas. Todo se va en soñar y en sentarte en una de esas hamacas dispuestas hacia el agua. El agua es el gran milagro. Lo que no falta en Portimao.
La playa es otra cosa. Desde todos los tonos de azul se pasa a todos los tonos del verde. Las enormes piedra rocosas sombrean toda la costa del Algarve, también aquí, y la gente parece perderse, son diminutos muñecos en un horizonte más amplio. Las sombrillas lucen sus colores y las olas apenas rompen en una extensión mínima de tierra. No hay bajamar, todo es altura. Nuestros días en Portugal fueron esplendorosos. No sabíamos qué nos depararía la vida así que los exprimimos con la fuerza de quien tiene la duda de que las cosas duren lo suficiente. Y no nos equivocamos. Ahí está Portugal, nuestra memoria.
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