Quietud

 


Eran días de asombro y novedad. A uno y otro lado del puente mis pasos recorrían una nueva realidad deslumbrante. Una ciudad herida de semáforos, anclada en la belleza. Atrás quedaron el aire ultramarino, el olor a salina, la brusquedad del viento de levante. La facultad, las galerías de arte, los bares y los pubs, la calle y la sombra ansiada de los árboles, el fuego del verano, la quietud del otoño, el teatro y la música. Y el río, que era un dorado mar donde mirarse.

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