Bibliotecas

 

Me crié sin bibliotecas públicas. Creo que en el pueblo solo había una y nunca la utilicé. Me buscaba la vida para leer de mil maneras. La primera eran los libros de casa. No una biblioteca majestuosa hecha de tomos encuadernados en piel situados en vetustas estanterías de caoba. No. Sencillos tomos de bolsillo, colecciones que comprábamos en quioscos o que encargábamos a nuestra librería del barrio. Empezamos a comprar libros muy pronto y había de todo. Estaban los poetas, estaban los clásicos, estaba la colección Teatro, había novelones, estaban los episodios nacionales ordenados y con una cubierta marrón muy característica, estaban los libros infantiles o juveniles o eso parecía, con toda la ristra de plateros, tebeos, Alicias, Pinochos, julios vernes y Walter Scott. Cada cual tenía sus preferencias y elegía sus libros, que llegaban puntualmente en cumpleaños o en reyes. Y no había censura ni veto. Era una casa libre en la que se vivía en libertad. 
Hay algo en este tipo de educación que tuvimos que me recuerda el valor del ejemplo. No hay forma de enseñar algo en lo que no se cree. Y la ostentación de libros sin leer es algo que ninguno de nosotros hubiera comprendido. 
La lectura no era solo de libros, también de periódicos y revistas. Aprendimos a estar bien informados, pulsando opiniones diversas y, sobre todo, hablando sobre los temas que iban surgiendo en la actualidad. Eso es un aprendizaje impagable y es posible. 
Mi barrio no tenía bibliotecas y creo que las primeras que frecuenté fueron en la facultad para libros muy específicos. Pero convertíamos el salón de la casa en una gran sala de lectura, abierta a toda clase de libros, a toda clase de opiniones y a toda clase de gustos. Cuando en verano llegaban los primos, siempre aparecían por allí novelas de Marcial Lafuente Estefanía y también podían verse los Corín Tellado, los libros de amor de colecciones baratas junto a los diálogos de Platón o a los versos de nuestros poetas favoritos. Somos muy de poetas. Muy de libros. Poco de bibliotecas públicas. Más nuestros. 

(Foto: CLB) 

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