El duelo y el velero de Hopper
Una vez, en el duelo, me encontré de frente con el velero de Hopper. Era en el museo Thyssen de Málaga y yo había ido a pasar unos pocos días en la ciudad con mi amiga Pilar. Las dos íbamos a parar en la casa de mi amiga Gemma. Pilar es la mejor persona que puedes encontrar para un duelo. Momentos antes de salir de Sevilla le dije por teléfono que no iba. No es que estuviera cansada, es que no tenía fuerzas. Eso es algo propio del duelo. Perder las fuerzas. Algunas de ellas no las recuperas nunca. Si tienes suerte, y esto significa tener gente alrededor que tire de ti, puedes ir mejorando. Pero si te sucede como a mí, que estuve sola y mal acompañada, entonces la cosa no tiene solución. El duelo se suma a todos los demás duelos, a todos los problemas, a la pandemia, y ahí termina todo. No he vuelto a ser la misma.
Pero Pilar es una persona muy conveniente para un duelo. Cuando le dije que no iba, no quiso escucharme. En media ahora estoy en tu casa a recogerte. Sin más. Eso es lo que necesitas cuando no puedes decidir por ti. Tuve suerte de que ella estuviera en mi vida, pero también mala suerte de que estemos lejos y cada una ocupada en lo suyo. Allí, en Málaga, en el piso cercano a la playa de Gemma, tuve algunos destellos de serenidad y casi de felicidad. También momentos en los que me preguntaba qué hacía allí. Y no tenía respuesta ninguna. El velero estaba en una sala no muy grande y ocupaba una pared y me parecía que el agua iba a derramarse y que todo iba a inundarse del líquido salado y azul del cuadro. Pero no. No se derramó y después de la exposición nos tomamos una copa en un bar de enfrente. Y Pilar me hizo una foto. Yo estaba guapa. Cómo era posible. Fue un reflejo de la luz de Hopper, porque, en caso contrario, no lo entiendo.
Comentarios