Días de escuela
Los mejores días de mi vida están siempre relacionados con la escuela. Como alumna o como maestra. Comencé a ir al colegio a los seis años, que era lo que se estilaba entonces. Y aprendí rápidamente todo lo que había que saber, no recuerdo exactamente cuándo pero sí cómo. La maestra llenaba la pizarra de palabras y números y los cuadernos se poblaban a su son. Desde entonces me gusta escribir a mano y escribo a mano cada día, como si fuera a venir la maestra a revisarme el cuaderno, la letra, la ortografía. Nunca escribí una palabra mal escrita ni pronuncié mal una palabra. Era una niña diferente a todas las de ese colegio, que era privado pero humilde, sin monjas y sin tonterías, solo con sentido común y tareas diarias. Me gustaba ir al colegio, ir cada día a la escuela era el mejor motivo para levantarse de la cama, salir corriendo sin desayunar y sentarme en la puerta a esperar que abriera. Si llegabas temprano la maestra te convertía en su secretaria y eso significaba que te apreciaba más, que te quería incluso. Nunca daba problemas, ni en el colegio ni en la casa, aunque guardaba todo lo que pensaba o casi todo. Sobrevolaba sobre los días esperando que llegara algo más, que algo pasara y que fuera bueno, sin sobresaltos ni estrecheces.
Recuerdo algunos nombres de aquellas niñas y niños pero no tuve amistad con ellos nunca, ni salí de paseo, ni fui de merienda a los cumpleaños, solo los veía en el colegio y nada más. Cuando vives en una casa con muchos hermanos no te hacen falta amigos, pero luego pasa el tiempo y te das cuenta de que sí, de que hacen falta, de que hacían falta. No me peleaba con nadie ni me metía en líos, porque lo que me gustaba de la escuela era aprender, eran las palabras, los números, el teatro, la música, los dibujos y la maestra. Ella dijo un día a no sé quién que yo había sido la mejor alumna de su colegio. Y creo que era verdad. Sabía intuitivamente que estaba por encima de todos aquellos niños y que por eso estaba lejos de ellos y sería diferente siempre. La diferencia te separa de los demás, pero no puedes evitarla. Es así, es para siempre. Los cuatro años de primaria en ese colegio valieron con diez carreras, lo aprendí casi todo de lo importante, a escribir, leer, calcular, organizar el cuaderno, buscar en los libros lo importante, memorizar, dibujar, inventar, redactar, expresarte en voz alta. Era una maravilla ir todos los días a clase y por eso elegí, conscientemente, poder seguir yendo a clase otros cincuenta y cinco años más.
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