Marylebone Village, la Triana de Londres

 


Existe un barrio en Londres que condensa lo mejor de Inglaterra pero que parece un pueblo en sí mismo, algo diferente al resto, un reducto único y original. Es Marylebone. Marylebone Village es, para mí, la Triana de Londres. En él se condensa lo mejor de lo londinense y lo más especial de este enclave lleno de historia, de arquitectura y de tiendas de todas clases, por supuesto, de una gastronomía muy especial. Algo así le sucede a Triana, cada cual en lo suyo. 


El caserío de la época georgiana se mantiene intacto, con sus características casas de tres plantas con bajos llenos de comercios y mucho verde. El rojo del ladrillo se une a remates fantasiosos a modo de cornisas, torreones, cresterías, todo un mundo fantástico que recuerda la alegría de aquella época. Si paseas por allí vas a encontrarte toda clase de establecimientos y una cierta tranquilidad diferente al barullo de otras grandes avenidas. Como si hubieras recalado en un universo diferente. No es silencio, es el remanso de un ruido llevadero, humano. 


Algunos de esos establecimientos combinan curiosos detalles que aúnan lo clásico y lo moderno. Luces verticales, acero inoxidable, madera, mimbre, suelos con témelas coloridas, sillas de estilo. La gastronomía inglesa no tiene buena fama, es más, mucha de la gente que ha estado viviendo allí podrá decirte que ha pasado hambre. Eso nos contaba con mucho detalle mi amiga Araceli que vivió en Bristol un año entero y que terminó frecuentando solamente trattorias y restaurantes chinos. Los han salvado el apetito de una gran legión de estudiantes y de investigadores alejados de la comida inglesa por su peculiaridad y su escasez. 


Como en casi todas las ciudades del mundo y en los barrios más emblemáticos abundan los veladores, lo que en Madrid llaman terrazas y que en realidad son bares con mesas en la calle. No sabemos cómo andará por ahí la ordenanza municipal pero en Harry´s Bar las mesas son abundantes y tienen todas un mismo aire, una estética muy marcada y muy poco cosmopolita. Combinar rayas verdes en el toldo y rayas rojas en las sillas no es algo que a ningún sevillano se le hubiera ocurrido por si acaso. 


Los veladores de Aubaine son más elegantes y están en menor número. El restaurante tiene apariencia modernista con las curvas de sus sillones y el uso del cristal. Como muchos otros ocupan una esquina y eso les da todavía una estética más particular. Lo mismo sucede con el 28 50 un sitio original con buena mesa y buena bodega que es una mezcla de hiperrealismo y tradiciones. Todo al violeta. 


Mis amigos ingleses que viven en Marylebone son bastante peculiares. Están Peter y Elizabeth, una pareja mayor que se dedican al arte en toda su extensión, todoterrenos que no se pierden una exposición, una película, un concierto o una reunión en la que el tema vaya a ser, pongo por caso, el prerrafaelismo. Después tenemos a Cynthia y Hugo, mitad ingleses y mitad franceses, que llevan muchos años dando clases en la ciudad y conocen todo lo que se puede conocer de callejeo, regateo y los lugares más inverosímiles para comprar ropa de segunda mano. Y, por último, mi amigo Andrew, que es un caso curioso de hombre de ciencias y letras a la vez que dejó su bien pagado trabajo en una compañía donde hacía números para abrir una pequeña librería que no le hace sombra a las grandes por su volumen pero sí por su ambiente especial y por la belleza de sus escaparates. No se puede dejar de comprar libros si pasas por allí. Andrew y yo mantenemos un affaire intermitente, una situación que diría Jane Austen, muy agradable y sin compromiso, pero lo suficientemente consistente como para que venga durando ya unos cuántos años. Marylebone sin Andrew no sería el paraíso que es ahora mismo. 





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