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Stevenson da en la tecla

 


Dos elementos bien distintos me han lanzado a la escritura de estas palabras. Los dos tienen un fuerte componente indagatorio. Pretenden averiguar o adivinar, no sé cuál de estas palabras encaja mejor, el motivo por el cual algunas personas se convierten en lectores de calidad y cómo se llega a ello. Es decir ¿cómo se logra adquirir el hábito lector y perseverar en él?

Puede parecer una pregunta sencilla y quizá lo sea, pero la respuesta no lo es tanto. Todo lo contrario. Y la prueba es lo que voy a relatar a continuación. 


Fue leyendo los “Ensayos sobre el arte de escribir” de Robert Louis Stevenson (1850-1894)  como surgió con nitidez la cuestión. Y ello es así porque Stevenson, después de hablar de los escritores, pasa a referirse a los lectores y a lo que él llama “el don de la lectura”. Lo hace respondiendo a la pregunta  “los libros que me han influido” que es algo que todo el mundo relata en algún momento de su travesía personal. Ahí aparecen Shakespeare, Montaigne, el Nuevo Testamento, Walt Whitman y su Hojas de hierba, Herbert Spencer, Goethe, D’Artagnan y los Tres Mosqueteros, las Meditaciones de Marco Aurelio, Wordsworth o El egoísta de George Meredith. Cualquiera de nosotros podría elaborar su personal lista de influencias lectoras y entresacar entre los libros que ha leído algunos que han pasado a formar parte de su  propio fondo de armario lector, que es la expresión que suelo usar al respecto.

 

Pero Stevenson da un paso más y deja claro su concepto de lo que es un lector. También Edith Wharton (1862-1937) había realizado la misma tarea, distinguiendo los “lectores mecánicos” de los “lectores natos”. Los "lectores mecánicos" son aquellos que se sienten obligados a leer porque la lectura les ofrece un indispensable hálito cultural. Son lectores de todo lo que sale, de las últimas novedades y de los libros recomendados. Nada les pasa por alto. Los "lectores mecánicos", a diferencia de los "lectores natos", no se permiten la superficialidad en la lectura, ni la ligereza, ni el sencillo placer. Más bien adoptan el hecho de leer como una obligación relacionada con su status de personas cultivadas. Los "lectores mecánicos" apenas leen novelas, y las que leen son las "imprescindibles". Novelas de las que todos hablan y que se consideran parte de las listas de lo mejor y lo más sagrado. Las listas son un elemento que los distingue a ellos mismos. Lo anotan todo. Wharton, con su habitual perspicacia, su pizca de cinismo y su verdad observadora, sabe distinguir muy bien al lector que sabe lo que le gusta leer y que, de hecho, lo lee, de ese otro espécimen que se ve obligado a entrar en la lectura por una obligación social.Nuestro tiempo está lleno de "lectores mecánicos". Todas las listas de los libros más vendidos se nutren de ellos. Avergüenzan con sus estadísticas de tantos libros al mes o al año, al resto de lectores que, humildemente, no son capaces de llevar esas matemáticas. La historia de la literatura está llena de escritores y de libros aupados a lo más alto de la consideración por parte de ese tipo de lectores. Insignes mamotretos que el lector nato, el que decide disfrutar porque no puede evitar leer como respirar, es incapaz de asimilar.


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