Tiempo de ropa tendida
(Foto: Alfileres de la ropa. C.L.B.)
Mi madre y sus amigas, vecinas de mi calle de la infancia, tenían una curiosa forma de prevenir la escucha por parte de las niñas de sus comentarios subidos de tono o subidos de sabe Dios qué. Cuando se sentaban en la cocina y aparecíamos alguna de nosotras siempre surgía quien avisaba con rapidez de que "hay ropa tendida". En ese momento cambiaba el tono de la conversación, hacían como si estuvieran hablando del tiempo o se reían sin venir a cuento. Una maniobra de distracción que quizá diera sus frutos en algunos momentos pero que en otros no servía para nada. Yo, al menos, enhebraba palabras sueltas y comentarios oídos al trasluz para componer una historia que, seguramente, ni siquiera era verdad pero merecía serlo.
Yo envidiaba aquellas conversaciones, aquellas charlas improvisadas en que ellas estaban en su salsa y disfrutaban de un contenido que nos estaba vetado a los niños. A las niñas, en realidad, porque los niños no asomaban por allí y ni siquiera creo que les interesara aquello lo más mínimo. Pero las niñas podríamos haber construido unos cuántos dramas y muchas comedias a base de argumentos extraídos de nuestras madres en aquellos momentos íntimos de la charla secreta.
Debe ser por mi condición de perpetua observadora pero la conversación es el mejor y mayor sistema de comunicación que se ha inventado. Y por eso las tertulias de sobremesa en mi casa, las charlas con las amigas en los recreos o en las azoteas, las parlotadas en el club de jovencita, los encuentros amistosos con la pandilla, los comentarios a pie de piscina o a pie de playa en grupos relajados y coyunturales a veces, toda esa charla, toda esa palabrería aparentemente inexacta, todo eso me parece el mejor regalo de la vida.
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