¿Puede enseñarse el hábito de la lectura?
He aquí un elemento de discusión entre profesores y padres. El hábito lector y las maneras de desarrollarlo en los niños. Hay familias de padres lectores que se preguntan por qué sus hijos no lo son. O por qué algunos de sus hijos lo son y otros no. También hay casos de gente que no lee y que tiene un hijo que se pirra por los libros. Parece que hay un poco de todo y que la cosa es aleatoria. Pero, si fuera así, significaría que la educación no puede intervenir para cambiar o modificar los procesos de aprendizaje y, en ese caso ¿para qué serviría la educación? Y no nos referimos solo a la educación reglada o escolar sino también a la educación en el seno del hogar, de la familia, tan importante (en algunos aspectos más importantes) que la que reciben los niños en la institución educativa.
Quizá para sentar la cuestión deberíamos distinguir esos dos ámbitos, el escolar y el familiar. En el ámbito escolar son recurrentes los debates entre los que son partidarios de imponer lecturas y aquellos que consideran que esa imposición va en contra del sentido mismo del acto de leer. Pero, aparte de eso, que sería un tema posterior, hay aspectos que deberían ser objeto de debate y consenso con anterioridad a las edades de lecturas prescriptivas. Nada más y nada de menos tendríamos que considerar las acciones que el maestro de edades tempranas tendría que llevar a cabo durante el tiempo crucial de la aplicación del método de lectoescritura para que esto no se convierta en un trámite más que únicamente sirva para señalar a los que saben leer y los que no han logrado aprender.
He tenido la suerte de conocer aplicaciones directas de métodos por mi trabajo de asesora en centros de profesores. En esa observación he visto clases de infantil y de primaria y he captado algunas disfunciones que sería fácil corregir. Una de ellas es el escaso tiempo que se dedica en clase a la lectura una vez que el niño ha conseguido aprender a leer. Y otra es, precisamente, la forma de enseñar ese método puesto que hay una serie de condiciones imprescindibles para que tenga éxito y un éxito duradero que no genere vicios imposibles de corregir. Los pequeños detalles son aquí muy importantes: coger bien el lápiz, por ejemplo; vocalizar correctamente; ver siempre la palabra bien escrita; y, sobre todo, unir los dos procesos, el de leer y escribir, de manera que se desarrollen de forma complementaria. Así lo hacía el maestro Felipe González del Pino, que llevaba su método de lectura y escritura por todas las escuelas de manera artesanal, hecho por él y pensado por él.
En cuanto a las familias, la mía propia es un ejemplo de que se puede educar con la imitación y de que los padres tienen en su mano instrumentos suficientes como para que el hábito lector entre en sus casas, como si fueran palomas que cruzan en silencio la terraza y se aposentan en el salón. La lectura, ese vicio que decía mi madre; ese hábito único y singular; esa necesidad; esa fuerza que la une a la escritura, el otro gran elemento de comunicación del hombre en lo verbal, todo está en ese engranaje perfecto que es la familia cuando sus objetivos educativos están claros y se desarrollan con esa mezcla de cariño y firmeza que preside el aprendizaje.
Pendiente queda un texto largo sobre el tema. Un libro que pueda publicarse y dar las claves que, durante años, he ido desarrollando y observando. El arte de leer.
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