(Foto Bridgeman, acuarela de James Miller, Aceras de Londres, Museo de Birmingham)
En el Londres de mediados del siglo XVIII, unos años antes de que naciera Jane Austen, hubo que inventar aceras para que los viandantes pudieran pasear o recorrer la ciudad sin toparse con la cantidad ingente de carruajes que se movían, algunos para llevar personas y otros para trasladar mercancías. La revolución industrial estaba en sus momentos iniciales y la fisonomía de la ciudad estaba sufriendo enormes cambios. El humo, el bullicio, el ruido, el gentío, todo eran factores nuevos a tener en cuenta si uno visitaba Londres entonces.
La señorita Jane Austen iba a Londres a veces y así lo demuestran algunas de sus cartas. La pregunta que hay que hacerse con respecto a estas cartas no es por qué se destruyeron casi tres mil sino por qué se conservan 161. El criterio debió ser presentar la cara más fidedigna de la autora, al menos así lo pienso conociendo a Cassandra, su hermana querida, su albacea. Una cara en la que se viera su sentido del humor, su capacidad de observación, su generosidad para con los demás, su chispa, su fuerte carácter en algún sentido, sus gustos a la hora de viajar, vestir, comer, bailar y sus aficiones. También, por supuesto, los fuertes lazos que unía a la familia y solo viendo y fijándote bien a quienes menciona con más frecuencia y en qué sentido lo hace ya tenemos un excelente retrato.
Iba a Londres a visitar a su hermano Henry, a cuidarlo cuando estaba enfermo, a arreglar algunos asuntos editoriales pendientes y estos viajes formaban parte de la red de movimientos que llevó toda su vida. Quienes piensan que era una persona sedentaria, se equivocan totalmente. En realidad hay una imagen de ella sentada en la salita y sirviendo tazas de té que no tiene nada que ver con la realidad. No paraba literalmente. Visitaba a las amigas o cuñadas parturientas, ayudaba en el cuidado de los niños, soportaba con el mejor humor la hipocondría severa de su madre, aconsejaba a su padre en cuestiones de tratos y negocios, llevaba la cuenta de la carrera de sus hermanos en la marina, servía a sus sobrinas mayores como amiga y consejera...Y nunca perdía el buen humor, nunca perdía la amabilidad. Era una mezcla de Elizabeth Bennet y de señora Weston. Escribió tantas cartas porque estaba pendiente de todos y de todo. Así que, ni tacitas ni leche!
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