Aquellas escaleras ¿las recuerdas?
(Foto: Esteve Munné. Barcelona)
Durante algunos años recorrimos el mundo. El mundo que queríamos, la circunvalación de nuestros sueños, el perímetro del amor, un camino de Santiago vestido de nostalgias. Las dos, indiferentes al miedo de los padres, a la preocupación, al susto, viajamos solas y aprendimos sin ayuda de nadie que hay un tiempo para cada cosa y que el tiempo de la aventura lleva trenzas y un vestido de rayas.
De ese modo, asaltando la noche en los trenes de largo recorrido, visitando los parques de atracciones, disfrutando de alguna transgresión cuando era necesaria, supimos bebernos la juventud sin tasa, sin método, ni medios, ni mentiras, blanca esperanza solamente, luz blanca únicamente, nosotras, las dos, sin otra túnica que el apetito cierto de vivir.
Recuerdo el mediodía con el sol en lo alto, el vestido de rayas, la sonrisa cuajada de preguntas, nosotras, en una gran ciudad, rodeada de misterios, de encuentros fortuitos, de llamadas anónimas, de quejas y de risas, nosotras, dos muchachas del sur que llegaron a un norte clandestino, ocupadas tan solo en encontrar las horas que el reloj ofrecía sin temor a perdernos. Y ellos, tantos ellos, los amores de entonces, esos ojos que buscan y esa mano que ofrece; y ellas, nuestras risas, invencibles al lado de cualquier mar de antaño; y nosotras, tan claras, tan fuertes, tan sabiendo que era un amanecer que anochecer podía sin previo aviso.
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