El don de la palabra

 


Pintura de Henriette Browne (seudónimo de Sophie de Bouteiller, 1829-1901), titulada «Niña escribiendo»

Prosa o verso, tecla o pluma...¿qué más da? Tampoco importa realidad o fantasía. Escribir es la forma que a veces se elige, o te elige, para acercarte al mundo, siquiera sea a su fino envoltorio, su clara desnudez. Eso es el escritor, alguien que no tiene más don que la palabra. Hay un itinerario, una línea que te dirige al texto y lo hace desde siempre. Cuando lloras, la palabra es un hito; cuando ríes, la palabra te llama; cuando vives, es vida la palabra; cuando sueñas, el sueño tiene nombres; cuando sufres, es la ausencia el motivo de que tu voz se plasme. Todo se escribe de algún modo y de algún modo todo lo escribes si así has nacido desde siempre, si así has sentido que tenía que ser.

Yo me recuerdo siempre con un bloc y un bolígrafo en la mano. A veces también con lápices de colores, con rotuladores, en ocasiones con pluma y otras veces con el ordenador y antes con la máquina de escribir. Los vecinos de la infancia me definen siempre así, una niña con un cuaderno o con un libro. Libro y cuaderno es lo mismo. Dos caras de la misma moneda. Y en el fondo, la palabra, siempre la palabra.


Pintura: Niña escribiendo una carta, firmado por Albert Edelfelt (1854-1905)


Brewer dibuja a Dickinson para The New Yorker


La revolución de la mujer moderna en el siglo XX fue el uso de la máquina de escribir, entre otras, la famosa Olivetti. 

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