¿De qué sirven las reseñas?

 

He leído un artículo muy inspirador de Alberto Olmos sobre las reseñas literarias. Viene a decir, básicamente, que no sirven para nada, que la capacidad de prescripción es muy escasa y que, andando el tiempo, se quedan antiguas. Creo que todo esto ya lo sabía. Aunque él hace una diferenciación entre reseñar clásicos y hacerlo con libros recientes, con novedades. El concepto "novedad" en literatura es un arma de doble filo. De esas novedades ¿cuántas nos quedarán en nuestro fondo de armario lector pasado un tiempo prudencial? 

Algo me ha consolado, no obstante, del texto de Olmos y es que coincide conmigo, o yo con él, en que una reseña resulta tanto más valiosa cuanto más habla del lector que la escribe. En realidad, el valor de la reseña está en íntima relación con el impacto que esa lectura ha causado en quien la lee. El hecho de que el lector pase a ser escritor de reseñas es una de esas jugarretas de la vida que tanto me gustan. Una congruencia incongruente. Leer y escribir, esas dos caras de la misma moneda según advierto desde hace tiempo y antes que yo algunas lumbreras, tienen esa virtualidad. Lees y si la lectura te resulta inspiradora, he ahí que aparecen las palabras. Y si escribes, evocas sin poderlo evitar cosas que has leído. En realidad, las palabras son parte de una gigantesca llamarada, que cocina una olla de emociones y que, una vez el guiso está acabado, deviene en libro. O algo así. 


En esa extraña actividad de hacer que un libro se lea, de recomendar una lectura, entra mucho el factor "conspiración", el hecho de que lo bueno para ti, sea también bueno para otros. No siempre el crítico habla de bueno o de malo, pero, en todo caso, reseñar es hacer suyo el libro, convertirlo en parte de tu propia existencia, aunque parezca cursi, aunque parezca exagerado. Hay libros que reseñarías eternamente porque siempre tienen algo bueno para ti y otros que olvidas una vez reseñados, a pesar de que te gustó en ese instante de la lectura. Gustar o no gustar el algo muy volátil. Y la buena lectura debería ser perenne. Es bello el liquidámbar con sus hojas amarillas y ocres, pero termina perdiéndolas. 

Cuando haces una reseña siempre estás compartiendo con alguien una cosa que tú has descubierto. En mi caso, no me gusta hacer reseñas negativas porque ¿quién soy yo para juzgar la obra de otros? Solo hablo o escribo de un libro cuando tiene "algo" que me ha atraído, cuando considero que sus valores son dignos de ser conocidos y estimados por los demás. Claro está que es una valoración en apariencia subjetiva pero, si te fijas en algunos detalles, no lo es tanto. Escribir correctamente, escribir con belleza, escribir con estilo, escribir con pulcritud, tener personalidad escribiendo, no son elementos fortuitos ni son añadidos, sino que constituyen la esencia del producto. Es la forma. Y en el fondo siempre se pueden arañar ideas, sentimientos, emociones, conceptos, que tienen un elemento de coincidencia universal o que, por el contrario, levantan las espinas de la rosa. 

Recomendar un libro es tanto como decir: es bueno para mí, es bueno para ti. Pero reseñar todavía es más sencillo. Basta con ofrecer algo de ti a través de ese libro. Mira, esto es lo que mi pensamiento ha convertido el lenguaje tras leer ese libro. Ahí lo tienes. Tan solo (de solamente). 

¿De qué sirven las reseñas? Para mí son un acto de amor al libro y a la literatura, a la palabra escrita. Y un acto de generosidad al compartir con los demás esa "pequeña cosa", esa "gran cosa", que el libro te ha inspirado. Aunque sea solo ratos de placer, de risas, de sonrisas, de brutal alegría, oh, la alegría, esa palabra que lo encierra todo. 

Comentarios

Entradas populares