Un cuaderno lleno de versos
Desconocía el motivo por el cual había comenzado a soñar con él sin venir a cuento. El poder de la palabra, tan enorme. La seducción de unos versos desconocidos que ni siquiera había leído alguna vez. Versos secretos, sonetos escondidos, todo aquello que configura la vida íntima de alguien que es poeta y no lo sabe. Hacía tantos años que no se veían que resultaba extraña esa aparición onírica, esa extraña presencia en un sueño abandonado.
Pero a veces, como dice D. H. Lawrence, hay una especie de secreto único e interior, una sustancia esencial y propia, que se mezcla con la vida y que te trae una presencia que, por otro lado, no echas de menos en tu vida cotidiana. Lo que pasa es que el sueño es un misterio y un misterio resulta que alguien así esté en las imágenes confusas de la noche.
Lo había conocido siendo muy joven y algo en él tuvo la virtud de crear un halo a su alrededor, aunque nunca lo dijo y nadie lo supo. Hay cosas que tienen poco sentido contarlas y mucho menos cuando se trata de sentimientos extraños, querencias que ni siquiera tienes claro por qué se producen. La intimidad, como dice Kureishi en ese libro magnífico.
Ella, desde luego, nunca se imaginó otra cosa con él que leer los versos que el chico escribía en unos cuadernos toscos y de páginas lisas. Tal capacidad de seducción tiene la poesía, pensó entonces. La escritura, todos esos libros que siempre traían algo nuevo.
Escribir era una costumbre que ella también tenía desde pequeña. Montones de cuadernos están apilados en algunos rincones de su casa y ese momento de la escritura era una especie de bálsamo ante las cosas. Si eres de escribir, escribe, le dijo alguien alguna vez. Y así lo hacía. Por eso quizá se fijó en aquel chico, porque sabía que emborronaba cuadernos a base de versos, espontáneos a veces pero otras veces muy bien elaborados, exactos, concretos. La poesía es un carril por el que puedes circular de muchas formas y si lo haces correctamente mucho mejor.
En los sueños no aparecían los cuadernos ni tampoco los versos, solo la imagen difusa del muchacho hecho un hombre, una imagen cálida, presurosa como la lluvia de Borges, abierta al abrazo, libre, plena.
Algo le decía en su interior que los besos estaban al llegar.
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