La última coca-cola del desierto
El balance de la mañana es una tertulia improvisada entre colegas, todas madres, todas profesoras, todas con experiencia de la vida y de la enseñanza. Hace calor pero aquí, en esta esquina de la plaza, una ligera brisa azota los soportales y parece que en lugar de estar a la intemperie hay una especie de resguardo que nos alivia. Somos muy distintas y cada una de nosotras tiene su afán y tiene su porqué. Nuestras palabras tienen el aval de lo que hemos vivido y de lo que conocemos muy bien, pero también cierta ingenuidad porque nos enseñaron a esperar lo imposible, a luchar por conseguirlo. Nuestros hijos parecen haber aprendido esa misma letanía porque todos ellos suman un buen número de chavales de esos que la sociedad debería mimar y debería convertir en el mayor y mejor resultado de cualquier civilización. Son trabajadores, respetuosos, estudiosos, sencillos, y están muy formados. Todos tuvieron en casa un ejemplo muy parecido. Padres que leen libros, que visitan museos, que ven cine, por ejemplo. Estanterías con libros y películas. Periódicos, revistas. Charlas de sobremesa sobre tal o cual asunto. Y esa forma familiar de contarlo casi todo, de comentar cómo va el doctorado, o qué tal las prácticas en ese hospital, o las oposiciones, o el trabajo en la guardería. Hay de todo, pero todo es bueno. Algunas se quejan de que la vida es muy injusta con estos chicos porque están dando lo mejor de sí y a veces no les recompensa, pero todas haríamos las cosas de la misma forma si fuéramos atrás en eso que se llama crianza y que exige tanto esfuerzo como alegrías proporciona si está bien hecha. Todas nos felicitamos. Hemos cumplido nuestro papel, estamos cumpliendo nuestro papel dándolo todo. Nos hemos enfrentado a los tópicos que ponen letreros negativos a los chavales, hemos caminado sabiendo que son nuestra obligación y nuestra responsabilidad. Hemos renunciado a muchas cosas. Y no estamos solas en esto. Por eso hay tanta juventud que brilla pese a todo. Por eso están equivocados todos los que se creen que son mejores que estos chicos de ahora y que por eso se han convertido ellos mismos, esos genios de las redes sociales que saben de todo y todo lo saben bien, en la última coca-cola del desierto.
(Foto: autor desconocido, años cincuenta, San Fernando, Cádiz)
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