Grises tirando a rosa
(Paul Cornoyer. Washington Square)
El día amanece gris pero sin convicción. Estamos esperando la lluvia y consultamos con ansia de comprobación el tiempo en el teléfono. Esa maravilla de internet, quién la hubiera tenido de muy joven. Las cosas que podríamos haber hecho, los chicos con los que hubiéramos ligado, los amores que se hubieran cruzado con la vida...Cuando el día avanza, observo que ese gris es engañoso, que no respeta las expectativas y que no tiene intención de convertirse en lluvia. Si no llueve, ese gris se habrá desperdiciado porque un día sin sol solo tiene razón de ser si llueve, si el agua mansa cae sobre la plaza y la convierte en tibio y palpitante espacio donde los niños con botas de agua dan saltos como hicimos nosotros en la calle de la infancia, charcos que dejaban huella en todo, madres que reñían, padres que sonreían, al fin y al cabo no era una trastada demasiado importante.
La música está diciendo su reiterada frase, que escucho cada vez que suena y más en un día gris, porque el gris está hecho para que suene música, para que algo compense su tristeza, su enorme soledad de espacio sin tiempo y con tantas aristas...En tiempo de lecturas de magia y de difuntos, cuando el puente traslada de un lado a otro del mundo a tanta gente, ¿cómo no recordar, con la música, un paraíso que habitamos y que una vez perdimos? Es así como el gris se suma a la distancia, se suma a la nostalgia, se suma a la tristeza. El gris es tan triste como lo somos todos si escribes soledad en lugar de presencia.
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