"Burlas y veras del 22" de José Javier León
No cabe duda que este año de 2022 el mundo flamenco estará mirando a Granada y recordando, si no lo vivido, sí lo conocido, estudiado o repensado. El concurso del 22 es un clásico del debate flamenco y de su historia. Conforme pasa el tiempo las ideas sobre el acontecimiento van cambiando y se van aportando otras visiones, las "cositas nuevas" que decía Paco de Lucía. Algo que reúne la épica, la fantasía, el arrojo y la postura de este evento bien merece esa vuelta alrededor de sus presupuestos y sus resultados. Creo que cada aficionado al flamenco tiene su propia idea de lo que fue. Y cada investigador, todavía más. Suscita interés, curiosidad, resquemor, desconfianza, un poco de todo. Pero lo más destacado es que tiene ramificaciones en todos los sentidos y esas ramas se enredan sin poderlo remediar. Es un caleidoscopio cuyos colores cambian.
Podemos pararnos en el papel de Falla, el músico gaditano que sintió la llamada de lo popular y que se metió en una empresa que le quedó tan grande como harto se quedó de la misma. O en Zuloaga, defensor de la tradición incluso en la pintura, cuando todo el mundo navegaba en la vanguardia. O en Lorca y su ingenua imagen de joven literato cuajado de ilusiones. O en Manuel Ángeles Ortiz, antes de formar parte de la Escuela de París, con su cartel cubista. O en los organizadores, pensadores y luchadores por la idea. Incluso en los contrarios, los que negaron la causa y la combatieron. O en los artistas, los que no pudieron ir, los que fueron y triunfaron, los anónimos, los descubrimientos, los genios.
José Javier León (Santa Fe, Granada, 1964) ha publicado con la editorial Athenaica, en su colección Breviarios, este libro "Burlas y veras del 22" con una curiosa estructura, como si la ironía presidiera incluso la organización formal del propio texto. Los siete primeros capítulos están a cargo del autor y ahí se desgrana una visión personal de lo que fue el concurso del 22. El resto del libro presenta textos de autores y épocas diferentes, cada uno de los cuales aporta una pincelada en ese conjunto descifrable. Podían añadirse otros e incluso quitar alguno, pero sirven para que la visión se expanda. Tanto hay que decir todavía. El libro puede leerse del tirón pero resulta mejor ir dando saltos como en un arroyo, pisando las piedras y cruzando meandros, volviendo la cabeza y estirando la manta para que nos deje los pies desnudos en la noche. Una vueltecita por bulerías.
Quizá lo más destacado de todo el libro sea la evidencia, la conclusión, ya desvelada antes, de esa contradicción que presidió el resultado: queriendo ahondar en la pureza, el concurso da un floreciente impulso al profesionalismo, aquello que más detestaban, en apariencia, sus mentores. No es la primera vez, desde luego, que esta idea se ha desarrollado, pero nunca viene mal insistir en la desmitificación de un acontecimiento mitificado que, en realidad, sigue conservando su encanto, su misterio y su paradoja: la fuente de lo hondo no estaba en una vereda escondida, un monte, un río ni sus afluentes, sino en cualquier agrociudad, cualquier local de cante que acogía, sin reservas o con ellas, el cante de un Chacón, un Torre o una Pastora. Ellos sí podían reconocer cuáles fueron sus auténticos maestros. Y luego sus epígonos los fueron confirmando. Y la proliferación de concursos, las búsquedas de los nuevos y la reverencia a los mayores. Las sagas. Como la del Mellizo, que salió a la luz con ocasión de su propio 22 y el esfuerzo de Álvaro Picardo.
El título del libro casa muy bien con el estilo y con la selección de los textos. Pero, entre burlas y veras, se deslizan algunas ideas interesantes y nunca suficientemente desarrolladas porque, por mucho que demos algo por seguro, el flamenco siempre está abriendo cajas y preguntándose acerca de su contenido. Tan cambiante y pletórico se muestra que no es posible resumirlo sin echarle su poquito de guasa.
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