El color que estaba buscando
Harper's Bazaar para sus portadas y sus páginas de moda llegó de la mano de
Louise Dahl-Wolfe, fotógrafa, uno de esos casos de mujeres casi desconocidas para nosotros pero que tuvieron una vida profesional intensa, a la altura de los más renombrados fotógrafos, lo que puede apreciarse fácilmente al contemplar sus fotografías. La luz era su gran elemento, el que consideró como primera materia prima de sus fotos. La luz natural, la que ponía el punto distintivo a sus obras y convertía los colores en ríos de llamativa atracción.
Fue una pionera. La fotografía de moda alcanzó un auge impresionante entre las décadas de 1930 y 1960 en las que ella trabajó. Y contribuyó a que no fuera un mero escaparate de tendencias sino verdaderas obras de arte. Nació en San Francisco, en 1895 y murió en Allendale, Nueva Jersey, en 1989. Tuvo, por lo tanto, una larga vida aunque el olvido la sepultó cuando dejó de trabajar en 1960. Años después algunas exposiciones sobre su obra y, sobre todo, la publicación de su libro de memorias "A Photographer’s Scarpbook" en la década de los 80, colocaron su obra en el lugar que le corresponde, por su calidad, su innovación, su carácter pionero y su influencia sobre fotógrafos posteriores.
Louise definió la imagen de la mujer de la post-guerra: Una mujer que, al igual que ella, era por encima de todo moderna e independiente. Durante más de veintidós años trabajó para
Harper's Bazaar en estrecho contacto con su editora de moda en esos años,
Diana Vreeland, que tenía las mismas ideas revolucionarias que ella para lanzar y potenciar la imagen de una mujer diferente a la de años anteriores, más libre, más personal y más escasa de ataduras y convencionalismos. Ese cambio que comenzó con ellas se siguió produciendo en los años posteriores hasta nuestros días.
Durante algo más de dos décadas realizaría miles de fotografías y retratos de moda, y acabaría publicando hasta 86 portadas en la prestigiosa cabecera.
Louise Dahl–Wolfe está a la altura de fotógrafos coetáneos como
Edward Steichen, Irving Penn o Martin Munkácsi. Y sus estudios previos, aunque no estuvieran centrados en la fotografía, le acabarían siendo de gran ayuda para la realización de sus composiciones fotográficas. Estas, a su vez, acabarían creando toda una revolución en el mundo de la moda, y convirtiéndola en pionera de recursos como el uso de la luz natural, las localizaciones exteriores y, por encima de todo, el uso vívido del color (motivo por el que, de hecho, acabarían brindándole la medalla y el premio del
Art Directors Club of New York).
También serían muchas las estrellas de Hollywood que pasarían por su objetivo como Vivien Leigh a Orson Welles… Y gracias a ello y a un estilo muy bien planificado y detallado que daba la impresión de ser increíblemente fresco y espontáneo, rompería con todos los cánones establecidos hasta aquel entonces en el mundo de la moda.
Louise Dahl–Wolfe redefinió completamente la industria de la moda americana tal y como la conocemos hoy e inspiró el trabajo de otros grandes maestros de la fotografía como Richard Avedon o Irving Penn. Dahl-Wolfe, de hecho, nunca tuvo la intención de ser fotógrafa. Empezó estudiando dibujo y estudios de anatomía en lo que hoy es el San Francisco Art Institute, aunque pronto tendría que dejar los estudios a causa de la muerte de su padre. Hasta el año 1923 no se trasladaría a Nueva York.
Tan solo tres años después fallecería también su madre; y ella emprendería un viaje a Europa y Túnez donde acabaría conociendo a su futuro marido, el escultor Meyer Wolfe (1897-1985), cuyas obras se sitúan en el realismo regional contrario al modernismo que imperaba en Europa en esos días. Él fue un gran apoyo para Louise. Su litografía de 1934, Red Eye's Hall, se encuentra en la Biblioteca del Congreso y sus obras Mooney's Place, Women Bathing y Brother Matthew Preaching se encuentran en el Smithsonian American Art Museum.
En 1930 regresarían juntos a San Franciso y Louise tomaría por fin la decisión de convertirse en fotógrafa profesional. Tres años más tarde volvería a mudarse a Nueva York, una ciudad que le serviría de inspiración; y tan solo tres años después se estrenaría en la plantilla de Harper’s Bazaar, marcando de forma definitiva un punto de inflexión en su carrera profesional.
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