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La casa de adobe con tejado de chapa

 


Hay un cuento de Lucia Berlin que se titula así: La casa de adobe con tejado de chapa. Está en su libro Una noche en el paraíso, un conjunto desigual de cuentos, no porque los haya malos y buenos, sino porque son desconcertantes, extraños. Los llamamos cuentos pero también se podrían llamar historias, relatos, cosas escritas...Sin más. Ella misma es bastante desconcertante y a veces suscita miedo. Tendrá que ver con su vida o con su modo de ser. Dicen que era una persona valiente y por eso la envidio un poco. La valentía, el arrojo, el coraje, son de esas cualidades que te marcan la vida. Y si no tienes nada, si eres pobre de solemnidad, si tu vida no se considera edificante ni imitable, entonces todavía es más meritorio. Ser arrojada en esas circunstancias se me antoja muy difícil, casi imposible. Debe ser que hay personas que no miran hacia fuera cuando actúan sino solo hacia dentro, hacia su propio ser y esto las desconecta de las críticas y el desprecio. También envidio a esas personas. 

En el cuento el protagonista es la casa y el título lo deja claro. La casa de adobe con tejado de chapa. Basta definirla así para saber que es una casa pobre. Un material deleznable que no debería durar ni una temporada y un tejado inclemente. Nadie podría ser feliz ni vivir a gusto en un envoltorio así pero Lucia Berlin es capaz de pintar felicidad incluso en la antesala de un ring de boxeo cuando las cartas están marcadas para uno de los púgiles. 

La historia comienza de este modo: Era una casa de cien años, pulida y suavizada por el viento, del mismo ocre intento que la dura tierra de alrededor. Había otras construcciones en la finca, un corral, un cobertizo, un gallinero. Una choza de adobe asomaba cerca del muro al sur de la casa principal. No tenía un tejado de chapa como la casa grande. Lisa y simétrica, parecía haber brotado del suelo como una seta polvorienta. 

Paul y Maya están allí con un niño pequeño. Es músico de un club nocturno donde toca el piano y hace música de jazz. Parece que ese tipo de casa extraña y desaseada es propia para una vida errante e incluso bohemia. No había electricidad ni agua corriente y solo se veían alrededor las tierras de labranza, alfalfa, maíz, frijoles, chile, vacas frisonas, caballos cuarterones. Allí cerca de Alburquerque, en una delicada frontera. La casa de alquiler necesitaba cuidados y a eso se aprestaron los dos, Paul y Maya, durante muchos días, porque no había tampoco cristales en las ventanas, las paredes estaban deslucidas y los suelos carcomidos. Pusieron una estufa de leña, un fogón de gas, arreglaron las escaleras y pintaron las ventanas. 


Un día llegó un hombre desconocido que pretendía haber vivido en la casa, se aposentó allí, se llevó varios perros y se dedicó a plantar árboles y macetas. Perros que correteaban por los senderos y rodeaban los caminos que iban a la casa y un hombre extraño del que apenas nada sabían. Toda la casa se vio rodeada de las plantas que ese hombre iba colocando. De noche se iba a una especie de cabaña donde vivía pero todo el rato estaba por allí, trayendo esquejes, flores de extraños colores, estiércol para abono y grandes cacharros a modo de macetas. El hombre extraño le crea a Maya mucha inquietud, algo que Paul no entiende, porque él se marcha al anochecer a tocar con su banda de jazz y ella es la que se queda aquí, a merced del crepúsculo, del viento y la lluvia, sin agua corriente todavía y con un libro en las manos, Middlemarch, que intenta leer sin conseguirlo. Está muy angustiada. La vida se va convirtiendo en un reto, ella está sola para defenderse y el hombre extraño irá entrando cada vez más en el terreno de todos, hasta hacerlo suyo. 


Solo sé dibujar una casa. Es una casa sencilla, con tejado a dos aguas, chimenea torcida, una valla de escasa altura y un par de árboles. Arriba hay un sol que lanza muchos rayos, pocos pájaros porque son ruidosos, algunas nubes y el humo de la chimenea que se aleja. Esa es la casa que sé dibujar y la que he imaginado para el cuento de Lucia Berlin. Un cuento que empieza de una forma y que te adentra en un panorama terrorífico que no te esperas. Lucia siempre hace las cosas así, sin avisar, como si fuera una película de Tarantino pero con más ternura y menos palabrotas. 

En agosto, dice el cuento, llegaron las tormentas. Era maravilloso, el sonido de la lluvia en el tejado de chapa, los relámpagos y los truenos. Había tomates y calabacines y maíz. Maya y los chicos se bañaban y pescaban en la acequia clara cada día. El sitio se ve desde la carretera. Una casa de adobe antigua, de más de cien años. Es la casa de la enredadera de flores encarnadas, la casa con rosas por todas partes. 


Lucia Berlin. Una noche en el paraíso. Editorial Alfaguara. Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino. 2018. 

Dibujos de la autora del blog. 

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