Ir al contenido principal

Centauros del desierto

 “Centauros del desierto”, de título original “The Searchers”, es considerada una de las más  grandes películas de la historia del cine. Dirigida por el maestro John Ford en 1956, su modesto éxito de taquilla inicial y sus primeras críticas no hicieron sospechar que, años después, sería reivindicada por directores como Martin Scorsese y Steven Spielberg que la consideran una influencia definitiva en “Taxi Driver” y “Encuentros en la tercera fase”, respectivamente. El paso del tiempo ha jugado a su favor, quizá porque su planteamiento visual y técnico se adelantó a su época, y la ha convertido en una película de culto, imprescindible a la hora de entender el western y el cine en general. 

En el mejor papel de su carrera, John Wayne da vida a Ethan Edwards, un hombre solitario, desarraigado y con un sentido del deber tan extremo que, tras la muerte de su familia y el rapto de su sobrina a manos de los comanches, emprende la casi solitaria tarea de recuperarla y de vengarse. Como los héroes mitológicos, un hombre no puede dejar pasar una afrenta así. Este es el punto de partida que apuntala la película. Así que pasen cinco años, que son los que tarda Ethan en hallar a la chica, contemplamos la historia de una obsesión, de una búsqueda indesmayable, en la que surgen una y otra vez interrogantes acerca de ese hombre, de su vida, de su historia. Interrogantes que no tendrán respuesta. No conoceremos nada de su vida anterior, ni tampoco llegaremos a atisbar cuál será su futuro. Protagonista visible solamente en cuerpo, su alma se escurre entre las imágenes, se diluye en los sonidos, sin que seamos capaces de asirla. Así, el hieratismo rudo y contenido de Wayne tuvo aquí su mejor expresión.

La sencillez de la historia no se corresponde con la complejidad de su realización técnica y de un lenguaje cinematográfico lleno de novedades y de experimentos. Al tiempo que una película intimista, psicológica, en lo que se refiere a la descripción de los personajes, es un film de acción, con cabalgadas, persecuciones, combates… con un incesante ritmo que nunca decae, que se refuerza con la voz en off y con la música, una fascinante y melancólica banda sonora a cargo de otro maestro. Al tiempo que un western con todos los aditamentos del género, es un drama poético en el que los sentimientos son el hilo argumental y un aire de tragedia griega cruza el aire espeso y seco del desierto. Sólo los rostros arrugados y oscuros de los pioneros se contraponen al duro perfil de los indios. 

La escena inicial nos avisa del tono. La mujer, vestida de azul celeste, abre la puerta y observa a lo lejos la figura del que llega. Un hombre solo. Los claroscuros refuerzan los rostros, las expresiones. Se trata de una representación teatral en la que el porche es el escenario. El porche es la antesala de la casa y la casa es el refugio de la familia, su salvaguarda. Las figuras se mueven con gesto delicado, la música parece herir el aire. El hombre, cansado, cubierto con un amplio capote militar en tono gris, se identifica cuando lo nombra un niño. Un apretón de manos y un beso en la frente retratan la afectividad del encuentro. La puerta es el símbolo del hogar, el núcleo esencial de la familia que será vulnerado. Abrir la puerta al exterior encierra un peligro cierto. Cerrarla es una forma de evitar la tragedia. Aunque pronto sabremos que las tragedias son inevitables. 

La última escena semeja una coreografía. Al abrirse la puerta, la chica corre a recibir a su enamorado y lo acompaña a pie, con las manos enlazadas, mientras el caballo caracolea dirigiéndose a la casa. No hacen falta palabras. La música y la canción de fondo llenan el espacio físico tanto como las imágenes. La sequedad del suelo se combate con la ansiedad de los corazones. Por fin, el regreso. Después de depositar a su sobrina en lugar seguro, Ethan Edwards duda ante la puerta que está a punto de volver a cerrarse. Pero elige la intemperie y se marcha, sin mirar atrás ni una sola vez. Los héroes siempre viajan solos. 

Sinopsis: 

Cuando Ethan Edwards visita a su hermano y su familia tras volver de la guerra, se encuentra con que los comanches los asesinan a todos y raptan a una de sus sobrinas. Desde ese momento, con la ayuda de otro sobrino, Martin, buscará sin descanso vengarse y recuperar a la muchacha. 

Algunos detalles de interés:

John Ford es considerado, además del maestro del género western, uno de los directores más geniales de toda la historia del cine, incluso, para algunos, el más genial de todos. 

La novela de Alan L. May basada en hechos reales dio pie al guión de la película, escrito por Frank S. Nugent. 

La música de Max Steiner es considerada una obra maestra.

Los encuadres fotográficos, el movimiento de la cámara son considerados pioneros y modélicos. El director de fotografía fue Winton C. Hoch.

La película fue interpretada, en sus principales papeles, por John Wayne, Natalie Wood, Jeffrey Hunter, Ward Bond y Vera Miles. 

La historia real, en la que se basa la novela que, a su vez, dio origen a la película, es apasionante. Cynthia Ann Parker fue raptada por los indios en 1836. Su tío, James Parker, estuvo diez años buscándola. Entretanto ella se había convertido en Nautdah, esposa de Peta Nocona, guerrero con el que tuvo tres hijos, uno de los cuales llegó a alcanzar fama, Quanah Parker. Veinticinco años después de ser raptada, la caballería blanca la rescató, sin que las crónicas cuenten cómo digirió su vuelta. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban