Ir al contenido principal

"Una familia en Bruselas" de Chantal Akerman

 


Título: Una familia en Bruselas

Título original: Une famille à Bruxelles

Autora: Chantal Akerman

Traducción: Regina López Muñoz

Acompañado del texto «Sólo nos queda el cuerpo», de la cineasta y montadora Diana Toucedo

Enero de 2021, Tránsito Editorial (Directora: Sol Salama), 92 páginas

La alarmante falta de comas en el texto puede hacer difícil su lectura, acostumbrados como estamos a que puntuar bien sea un requisito para la comprensión. No sé por qué la autora ha elegido ponernos las cosas más complicadas pero es así y, al fin y al cabo, es su elección escribirlo de esta manera y luego está nuestra propia elección, la de leerlo. Merece la pena hacer el intento porque hay emociones que son potentes y están aquí expresadas y están en nosotros mismos. Podría saltarme las comas al escribir que esto es así y se seguiría entendiendo igual. Al fin y al cabo, desde que Juan Ramón decidió crear su ortografía, todo lo que es "forma" parece entrar en el terreno de la duda. Esto es interesante. 

El fondo es la pérdida, el duelo, la soledad. La madre que pierde al padre es también la mujer que pierde al hombre, la esposa que pierde al marido. Y la hija, que ha perdido al padre y se agarra a la madre para subsistir emocionalmente. Y el texto ha perdido las comas. El pensamiento confuso de la madre está así representado en esa sucesión de hechos y de ideas que aparecen unas detrás de otras, sin separación, casi sin lógica. Pero es que el duelo es así. La pérdida es así. Quien la vivió lo sabe. Y la voz narradora se va alternando de una a otra, de la hija a la madre, de la madre a la hija, en una sucesión de ansiedad revelada. Esto es el libro y es una muestra de lo que Chantal Akerman (Bruselas, 1950-París, 2015) vivió en sí misma, de modo que su biografía explica su arte, su arte en el cine, con mirada propia y original, y su arte en la literatura. Una necesidad de comunicación para explicarse ante sí misma, más que ante los otros. Una vida cruzada por la biografía familiar, dura e inapelable, marcada por la desgracia de perder los asideros en un campo de concentración y de una madre anclada en ese dolor. 

En "Una familia en Bruselas" la pérdida del padre es el punto de arranque de un nuevo desestimiento. La madre literaria, en ese apartamento, cosida al teléfono para hablar con las hijas o alejándose de todo cíclicamente, pone en marcha un mecanismo de supervivencia que es usual en aquellos que quieren recobrar, siquiera sea un poco, el gusto por la vida. Y las palabras discurren como un agua de un río que marchara a su aire, sin dique de contención, con la sola inevitabilidad de lo que ha de ser dicho. Autoficción a lo grande. 

No debería extrañarnos la pureza con la que Akerman quiso vivir su vida y la manera en la que ella se enfrenta al arte, a la existencia en general. Su dependencia emocional de su madre, la íntima verdad que las une a ambas, son un motor más que una rémora. Aunque la pérdida de Natalia, la madre, sea una fatalidad para la artista (más que escritora, Chantal Akerman es una artista que se expresa con lenguajes diferentes cada vez) y quizá determine su propio final, elegido o quizá imposible de sortear. En todo caso, me interesa sobre todo esa puesta en valor de la vida cotidiana, sin que tenga que haber hechos trascendentales, grandes batallas o discursos solemnes. Y la vida cotidiana se construye en base a pequeños ritos que las personas asocian a sus compañeros de vida, a sus pasiones y sus amores. Reivindico también su apreciación de que la mirada femenina no es, por ello mismo, menor ni irrelevante. Y la dificultad de mostrarse en plenitud sin que te asedie el miedo a que esa exhibición te lleve a un camino sin salida, porque el mundo quiere ocultar la emoción y levantar la bandera de lo público en detrimento de lo íntimo. 

La editorial Tránsito publica unos bellísimos libros, con una estética preciosa, sencilla, esos tonos pastel en la portada, sin más, dándole relevancia a los autores (autoras) y a las letras. En este caso, el libro lleva implícito un reconocimiento a la voluntad de preservar nuestro propio dolor sin tener que avergonzarnos de él. Guardar, como hace la madre, las huellas de aquello que te convirtió en lo que eres, lo bueno y, sobre todo, lo malo, lo que araña. Pocas veces se pueden escuchar voces más sonoras en todo ese laberinto del corazón que sufre. 

Otros libros de Tránsito reseñados aquí: Primera persona. Margarita García Robayo. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban