Ir al contenido principal

"Se anuncia un asesinato" de Agatha Christie

 

Se anuncia un asesinato que tendrá lugar el viernes, 29 de octubre, en Little Paddocks, a las seis y media de la tarde. Amigos todos, acepten este último aviso. 


Agatha Christie (en la foto) "inventó" no solo a un detective (Hércules Poirot) sino a una pareja de sabuesos (los Beresford) y a una anciana con dotes especiales para el crimen (la señorita Marple). Cuando tienes en tus manos un libro de Christie puedes encontrarte a cualquiera de ellos. Incluso, en ocasiones, la trama se desarrolla sin la presencia de ninguno de ellos o con algún avisado superintendente. En "Se anuncia un asesinato" estamos ante una muestra de "crimen doméstico", de historia en la que todos se conocen, sin extranjeros ni extraños a quienes echarles la culpa y con una investigación sui generis a cargo de Miss Marple, quizá arrebujada en uno de sus chales de lana. Esponjosa. 

El argumento no puede ser más ingenioso. En la gaceta del pequeño pueblo Chipping Cleghorn aparece un anuncio en el que se avisa de un asesinato que será cometido a una hora y en un día concreto, además de localizado en una determinada casa. La casa en cuestión es Little Paddocks, el lugar en el que vive la señorita Letitia Blacklock, con una fiel amiga. Por supuesto que la curiosidad hará que todos los habitantes del pueblo que forman la pequeña sociedad se dirijan a la casa justo en ese momento, para así ser testigos (o no) del asesinato en cuestión. La cosa no es nada fácil porque ¿quién se arriesgaría a cometer un crimen con público? Pues, podíamos decir, que cualquiera de los protagonistas que Agatha Christie inventa. 

Numerosos personajes aparecen en la primera página, esa en la que "en un orden alfabético convencional" suele enumerarlos a todos para que no nos perdamos. Si repasamos esa nómina encontramos algunos que son clásicos en sus libros, como los policías. Aquí hay varios, además de un coronel retirado que añora la India y que también son recurrentes. Los policías están encabezados por Sir Henry Clithering, comisario de Scotland Yard, y su ahijado, Dermot Craddock, detective inspector. También tiene su papel el sargento de policía Fletcher. El coronel Easterbrook está casado con una mujer treinta años menor que hace lo que quiere con su marido a base de mover la rubia melena y entornar los ojos azules. Aparecen dos grupos de amigas que viven juntas: Letitia Blacklock, la anfitriona, vive con su amiga Dora Bunner, a la que conoce desde siempre. Y la señorita Hinchcliff y la señorita Murgatroyd viven juntas en Boulders, tres pintorescas casitas convertidas en una donde crían gallinas, patos y tienen árboles frutales y productos de huerta. Se llaman entre sí por el apellido y tienen una generosa relación de amable camaradería. No falta, desde luego, el escritor diletante que no logra escribir libros y que aquí se llama Edmund Swettenham, que vive con su madre, de la que depende económicamente, a base de comodidades de las que él mismo reniega, y soportando el mal humor de la criada, la señorita Finch

El matrimonio Harmon es encantador. Julian es un vicario protestante aficionado a dar sermones complicados que casi nadie entiende. Su esposa Diana (Bunch, familiarmente) es una mujercita animosa, redonda, sonrosada y muy feliz, que tiene un gato llamado Tiglath Pileser. Ella se ocupa de la casa, vieja, destartalada y muy grande, pero nunca se queja, al contrario, posee un envidiable permanente buen humor. Es sobrina de Miss Marple y tiene dos hijos de su matrimonio con el vicario, Susan y Edward. Bunch Harmon es uno de esos personajes luminosos que aparecen alguna vez en estas novelas, como Lucía Eyelesbarrow, por ejemplo. 

Los hermanos Simmons, Patrick y Julia, así como Philippa Haymes, jardinera, viven en Little Paddocks también, los primeros acogidos por su tía Letitia, debido a una rocambolesca historia familiar. Johnnie Butt, repartidor de periódicos, también tiene su sitio en la trama, además de otra serie de personajes, digamos exóticos, más raros y circunstanciales que completan la historia, como la criada Mitzi, que siempre grita por todo, o los relacionados con el millonario Randall Goedler, que termina por cerrar el círculo de los motivos. 

Un curioso desayuno de café y arenques ahumados (lo que yo llamo "sardinas arenques") comienza la historia y da lugar a los sabrosos comentarios sobre el anuncio que tiene lugar en la Gaceta y que mueve la curiosidad de los habitantes del pueblo. Sucesivamente el anuncio se va comentando en las diferentes casas, incluida la que será, según parece, sede del crimen. De modo que todo está preparado, llegada la hora, para que ocurra algo. Y, desde luego, ocurre. Para explicar lo sucedido hay que fijarse en un jarrón con violetas, en el cambio de una letra por otra en un nombre y en un lujoso hotel con spa que albergó determinada historia. Todo encaja en su momento, todo está en su sitio. 

Esta es una novela en la que hay mucho humor. Eso sucede en bastantes de sus libros, pero no en todos. Los hay con un aire trágico o lúgubre pero aquí, además de una enrevesada historia de pasados, suplantaciones, collares de perlas, sanatorios y hermanas parecidas, están los curiosos vecinos del pueblo y está la presencia (eso sí que es mala suerte para el asesino) de la señorita Jane Marple, la inteligente, perspicaz y cotilla señorita Marple. 

La novela presta mucha atención a los quehaceres domésticos que hay en cualquier casa de la campiña inglesa, lo mismo que ocurre en "El tren de las 4.50", en el que también la protagonista investigadora es la señorita Marple. Esto le da a la historia un aire muy inquietante. No se trata de que el asesino sea un extraño y desconocido personaje que surge en la historia y sobre el que hacemos conjeturas acerca de sus motivos, sino que es una persona que forma parte de determinada sociedad, que se relaciona con los demás con toda naturalidad y que mata porque no quiere ser descubierta. El temor a perder esa comodidad es, precisamente, lo que hace que llegue al crimen. Agatha Christie nos pone aquí en la tesitura de pensar hasta qué punto una persona normal puede convertirse en un asesino si lo que quiere mantener o conseguir le importa lo suficiente. En este caso, además, se da la circunstancia de que el asesino mata a alguien a quien, incluso, quiere. Esa sensación angustiosa se acrecienta entonces. Leemos una historia que tiene todos los ingredientes para el desasosiego. Y todo, en un pueblo pequeño, donde todos se conocen y donde hay poca gente. Sin embargo, el gran axioma de la señorita Marple es este: "La naturaleza humana es igual en todas partes". Igual de desastrosa, parece decir. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac