Contigo
(Foto: Katharine Cooper)
Están las canciones que no puedo escuchar, las películas que no puedo volver a ver, las calles que no puedo recorrer sin zozobra, los libros que no puedo acabar de leer, las tardes sin crepúsculos dorados y con lenguas de fuego, las ciudades perdidas y los caminos no resueltos, los campos yermos, los olivos sin fruto, el mar sin oleaje, el mundo ausente...
Están los últimos días, aquellos en los que tuve el corazón partido en dos: no te vayas, no sufras. Aunque tú no lo sepas, las lágrimas se escaparon entonces, no pude escribir mi remite en el sobre que contaba la pena, pero luego, aunque tú no lo sepas, todas ellas, las lágrimas, vinieron en bandada y no se han marchado. Primero arrasaron el rostro del adolescente que se quedó perplejo, el que te perdió antes de poder entender qué pasaba. Después se aposentaron en un rincón de mi desde donde amanecen y aparecen y anochecen sin tregua. El mar de tus labios.
Todos dicen que tuve mucha suerte. Ninguno como tú. Todos me miran ahora con tristeza, derraman sobre mí su compasión: ha perdido lo que tuvo. La vida es caprichosa y nunca sabré cómo sería vivir contigo las angustias de ahora, las preguntas del adolescente que se quedó perplejo y la tranquila serenidad de envejecer contigo. Contigo.
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