Ir al contenido principal

"La flor" de Mary Karr

 


Ya conocía a Mary Karr pero este libro me ha parecido tan extraño y, a la vez, tan tierno, que su lectura ha supuesto la consagración de Karr como una autora de relieve. Resulta difícil narrar la adolescencia de una misma y las dificultades que conlleva crecer. Ella lo hace con sencillez y con un vocabulario tan creíble que no podemos dejar de observar los malabarismos en busca de la felicidad que hace la joven Mary. Familia y amigas son los dos grandes centros de la vida en esos años tan complicados, tan de tránsito. Recuerdo que mis trece años duraron una eternidad y que yo quería tener, cuanto antes, catorce. A Mary Karr le ocurre algo parecido y comparte con nosotros algunos motivos para crecer sin dilación. El rechazo de sus maestras, que no la comprendían; la extravagancia de su madre, una mujer lista en un mundo de amas de casa; la exclusión de las fiestas de pijamas, de las charlas confidentes con las amigas. Ella no fue nunca la mejor amiga de nadie, hasta que llega otra niña que, como ella "vive al margen de la ley", Clarice Fontenot. Gente rara que se une para defenderse. Clarice es una especie de cenicienta y ella una especie de trotamundos. 

La clave autobiográfica convierte a esta novela en un espejo, pero, sobre todo, en una vuelta atrás al paraíso de la adolescencia. Paraíso a pesar de todo, parece decir. La amistad de Clarice y Mary es de esas que duran toda la vida, aunque se vean tan solo de tres en tres años. Sucede así con las amigas que estuvieron en esa parte de tu existencia que vas a recordar siempre por muy mal que te sintieras. Clarice era valiente y atrevida, de modo que para Mary era, no solo una compañera, sino una revelación. Había gente así. 

La lectura. Los libros eran el sustento de los interminables veranos en los que ella estaba siempre sentada en cualquier rincón, sin más atención que la que ponía en las palabras. Los libros como salvación, como paraje accesible, como medio y como fin. Tantas otras veces hemos leído algo parecido que ya debemos darlo por bueno. Los libros sirven a Mary como una familia postiza que le ofrece una ventana abierta a todo el exterior sin el problema de llenarse los pies de barro. 

Y luego está la hermana, ese personaje que hace tanto el papel de buena como de mala, ese ser diferente a ella pero que tiene tantos lazos en común y cuyo lenguaje se puede volver agresivo, desagradable, incluso cínico pero que, al fin y al cabo, está tirada en el sofá leyendo una novela de detectives en la misma casa y en el mismo tiempo. Los hermanos son esos seres que nos recuerdan quienes somos y de dónde venimos, ante los que no podemos mentir, porque nos pillan la mentira, y que nos ponen los pies en la tierra cuando sus recuerdos se elevan sobre nuestras pretensiones: eras una insoportable tonta. Y te tienes que callar. 

El enamoramiento. Los chicos. Los deseos y las aventuras fugaces. Las películas de amor y los héroes ansiados. Los libros que te prohíben y los libros que lees. Tu madre, que es profesora, y te dicta buenas costumbres aunque siempre está muy cansada y no tiene demasiado tiempo para ti. Los chicos otra vez. El amor o esa cosa parecida. La duda. Saltarte las normas. 

Mary Karr, en un momento dado, decide largarse de todo aquello y vivir una aventura verdadera, de esas de cerveza, sexo y rock and roll. Eran los setenta y podía permitírselo. El amor libre, las comunas, las orgías, los viajes en furgoneta, la revolución. Una respuesta que cualquiera hubiera intentado si California no pillara tan lejos. En aquel sur nunca llueve. Agua, por lo menos. 


La flor. Mary Karr. Edición de Periférica y Errata Naturae. Traducción de Regina López Muñoz. Primera edición octubre de 2020. 

(Foto: C.L.B.)

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros