Ir al contenido principal

Azul, verde, rosa

 


(Mujer vestida de azul. Pierre Auguste Renoir)

Hay una canción antigua, de Cecilia, que dice algo así : “Sé que me quieres azul, sé que me quieres verde, sé que me quieres rosa….” Pues algo así se me ha venido a la cabeza mientras repasaba el armario para decidir qué ropa ponerme hoy, en este día que  ha amanecido gris, lluvioso y manso. Esa lluvia que cae como si esto fuera el norte, ya sabéis, el chirimiri, aquello de lo que hablaba mi profe de Geografía del instituto, de quien yo estaba enamorada. 


(El vestido azul. Camille Corot. 1874)

El armario aparece invernal, pero ahí están esos colores que siempre, en todo momento, sirven para lo que las abuelas nos apremiaban: “Alegrar la cara”. A veces basta con usar un determinado toque de color para que parezcamos otras personas. Eso lo hablaba yo estos días con un par de amigas que han decidido que hay que poner al mal tiempo buena cara y que, por esa misma razón, van a añadir al gris, negro, tabaco, corinto del invierno, un toque singular para que sus vestimentas les aporten calidez y algo de esperanza. 


(Retrato de una dama con vestido rosa. Raimundo de Madrazo)

El azul es el color de las noches de verano junto al río. Promesas incumplidas que hoy te hacen reír. Hombres elegantes, con camisas de lino. Menús largos y estrechos, como decía el pobre Paul Bocuse. Sonidos de música de fondo que apenas se perciben. Platos alargados, platos cuadrados, platos grandes y blancos. Pequeñas delicatessen y unas manos cuidadas que alargan el tenedor como si volaran. De pronto, abrir los ojos con vehemencia y apreciar que la elegancia no es tal, sino decrepitud; que las manos se comen todo lo que pillan sin reparar en ti; que el menú es una auténtica bobada y una cursilería y que la música no amansa a las fieras. 


(Mujer con guantes. Tamara de Lempicka)

El verde, en cambio, es el color del atrevimiento. Quien de verde se viste, bonita se cree. De esas veces que te da lo mismo todo. Hago esto porque quiero, soy libre, nadie va a imponerme lo que no quiero sentir, hacer, decir, comprar, vivir. Es el color de la libertad. Porque no sienta bien a todos, precisamente. Porque una hace con él lo que quiere. Yo, últimamente, me pinto los ojos de verde. Después de muchos años he descubierto que me sientan bien los ojos pintados y que me gustan pintados de verde. Antes no había reparado en esto pero ahora que lo he entendido los verdes pululan y se acrecientan y convierten la mirada en un reto. Sí, te miro si quiero. Si no, no te miro. 


(José Pinazo. Mujer sentada) 

El rosa ha sido mi color durante mucho tiempo. De niña, porque se empeñaban en vestirme de rosa, a pesar de que no es el color de las rubias ni de las castañas claras. Pero ahí estaba yo, con el jersey rosa que tiene el cuello hecho a base de encaje. Luego cambié al azul por decisión propia. Después, de nuevo el rosa. Y en el armario se nota todavía esa preferencia, hay blusas rosas claras, rosas fucsias, botas rosas, zapatos rosas, zapatillas rosas, calcetines rosas, pijamas rosas, camisetas rosas. Mucho rosa. Mucho rosa. La vie en rose. Rosa, rosae. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac