Nombres propios
(Ilustración de Alan Hebel e Ian Shimkoviak)
El uso de los nombres propios no es baladí en su caso. Se trata de ser natural, de acercarse a la vida cotidiana de la gente de la clase media rural que retrata en sus obras. Y, sobre todo, de alejarse de esos nombres cursis y romanticones que estaban de moda antes de ella y que aparecen en la literatura que la precede. Todo un símbolo de la nueva literatura que se abre paso con las obras austenianas, algo en lo que quizá se repara poco cuando se analiza, tan cubierta como está de la hojarasca de las versiones cinematográficas, del merchandising o de los lugares comunes.
Y, para comprobarlo, podemos dar un paseo liviano por la onomástica de “Emma”, donde encontraremos algunos ejemplos que pueden ilustrar esa elección consciente y calculada que hace la escritora. Y, donde también hallaremos la circunstancia repetida de que no todos los personajes tienen nombre de pila sino que basta para denominarlos el apellido precedido del clásico señor o señora. No parecía ser este un tema del interés de Jane, preocupada sobre todo por la expresión de los sentimientos y emociones de sus personajes, más allá de los decorados, paisajes o detalles accesorios.
Dado que también era frecuente que repitiera nombres (un caso curioso es el de “Orgullo y Prejuicio” en el que el señor Darcy tiene como nombre de pila Fitzwillian y su primo es el Coronel Fitzwillian), se han contabilizado los nombres que usó en todas sus novelas en total: 26 masculinos y 55 femeninos (Maggie Lane en “Jane Austen and names”). El mayor número de nombres femeninos tiene también que ver con la numerosa presencia de mujeres en sus obras, en realidad, las protagonistas de las mismas.
No siempre es fácil descubrir los nombres propios en los libros de Jane Austen. Porque las mujeres adoptan el apellido de sus maridos y así se las denomina. Y las hijas mayores, suelen citarse por el apellido familiar. Por ejemplo, en “Orgullo y Prejuicio” Jane Bennett es “la señorita Bennett” mientras el resto de hermanas se conocen por su nombre de pila y su apellido.
En Emma hay una enorme variedad de nombres propios. Harriet Smith, que compensa su apellido con un nombre altamente romántico. Jane Fairfax, que repite el mismo nombre de la autora, usado muchas veces. Augusta, la señora de Elton, que lleva un nombre pomposo, como ella. Isabella es la hermana de Emma y ofrece una forma diferente a la tradicional de Elizabeth, absolutamente italianizante. Un caso curioso es el de la señorita Taylor que pasa a ser la señora Weston debido a su boda. Tampoco el señor Knightley aparece con su nombre, aunque sabemos que se llama George y su hermano, el marido de Isabella, John.
Hay una bonita escena en la que Knightley le pide a Emma que lo llame por su nombre de pila y ella le contesta que lo hará en una “ocasión especial”, que ya suponemos cuál puede ser, pues están prestos a anunciar su boda. Y, por su parte, el uso del nombre “Emma” es una concesión, desde luego, al carácter y a la situación social de su protagonista, la primera mujer en sus obras que es independiente económicamente, que no depende de un hombre para vivir bien y que, por tanto, no tiene que hacer una buena boda. La soltería no es, para Emma, una espada de Damocles sino una cuestión estrictamente personal y voluntaria.
En el desarrollo de la acción, Austen incluye, asimismo, muchos diminutivos. Cuando se realiza la traducción del inglés estos diminutivos se suelen traducir de diferente manera según la edición de que se trate. Hay un caso muy claro de esto. En “Orgullo y Prejuicio”, por ejemplo, una de las hermanas Bennet es Catherine a la que algunos traductores nombran como Kitty y otros como Catiti. En el caso de Elizabeth es común denominarla Lizzy.
Dado que las historias austenianas transcurren en torno a un número limitado de personas y familias, no podemos esperar excentricidades, más allá de algunos personajes episódicos que traslucen el poco aprecio que les tenía la escritora. Más bien, la elección de los nombres se antoja secundaria al resto de las tareas de planificación de sus obras. El tema y ese río que es el argumento que conduce del inicio al final como si fuera un cuento infantil, con la misma seguridad en que, al final, se resolverán los conflictos, sea para bien o para mal, son los elementos fundamentales de la escritura de Austen. El resto es más bien tramoya, aditamento, sabiamente dispuesto y reducido para que no estorbe en la acción principal. La ceremonia con la que se trataban los personajes en ese tiempo hace más fácil el recurrir a los apellidos precedidos de señor, señora, señorita. La individualización de los personajes exige, no obstante, un esfuerzo posterior de dotarlos de un estilo personal propio, con rasgos claros y concretos que sí nos hacen visualizar de una forma decidida quiénes son y qué piensan. Sobre todo eso, qué piensan.