Neurótico pero genial


Nunca sabremos si las neurosis de Allen hicieron salir a la luz las de los demás o si las crearon directamente. En los años setenta, en los tiempos en los que se rodó esta película y años posteriores, se puso de moda ir al psiquiatra y se convirtió en un pasatiempo de los grupos de amigos el darle vueltas y vueltas a los argumentos de las películas o los libros. La discusión, la charla, la conversación, estaba en su punto más alto. Era lo más cool. Pero no la insustancial, nada de hablar de trapitos o de amoríos, sino todo con mucho más altura. Si hablabas de amor lo hacías de la incompatiblidad de las parejas, de lo imposible que es durar y otras cuestiones que hacían devanarse los sesos a los jóvenes de antaño. Si salía el tema de la política comenzaba a cundir el pesimismo, o, al menos, el escepticismo. Así era también Woody Allen, cuyo tema de conversación favorito versaba sobre esto: Woody Allen. El narcisismo cinematográfico alcanzó aquí las cotas más altas y, como consecuencia, se extendió a las capas ilustradas, sobre todo europeas, que eran las que seguían al creador americano. 


Por supuesto, para que todo ello fuera posible, había que recurrir al humor. Ya sé que muchos directores de cine que también andaban preocupados por nuestra psique no lo hicieron así y nos endilgaron unos rollos infumables que pretendían hacernos pensar a toda costa, poniendo nuestra cabeza al rojo vivo y quitándonos las ganas de vivir. Sé que hay quien considera obras maestras a esas películas que te obligan a tomar antidepresivos por una temporada; incluso conozco a críticos y gente informada que consideraría esto un sacrilegio, pero, por mi parte, no voy a dejarme seducir por lo que se supone es políticamente correcto hablando de determinadas películas de culto: hora es de decir que algunas eran infumables y no tenían un pasar. Te dormías en el cine o, directamente, te dormías en la tertulia posterior donde siempre había un amigo iluminado que tomaba sobre sí la dura tarea de catequizarte al efecto. 

Woody Allen nos retuerce el pescuezo pero lo hace mientras se ríe de sí mismo (esto es muy importante) y nos deja a nosotros que nos riamos también. Vale que esto produce el efecto posterior de que la risa se vuelve contra nosotros pero eso no importa porque ya hemos dedicado una porción de tiempo al saludable deporte de no darnos demasiada importancia. No he entendido nunca por qué se considera a Allen el más europeo de todos los directores americanos si, en realidad, los directores europeos antes y después de él han demostrado una sospechosa tendencia al harakiri emocional y a hacérnoslas pasar canutas. Por supuesto, no diré nombres. Yo no soy una kamikaze. 
La historia de Alvy Singer contada de manera atrabiliaria, dirigiéndose a la cámara, con pantalla partida en la que se increpan dos personajes, a veces con subtítulos que develan el pensamiento de los actores, con un humor sutil y reflexivo no exento de la pedantería de las citas cultas (Balzac, Joyce, Henry James o Beckett) y las referencias a determinadas películas (Vidas robadas, Satiricón, Cara a cara o El Padrino), engancha al público y a la crítica de una manera extraordinaria. Quizá porque Alvy Singer es un tipo bajito, casi calvo, feo y con gafotas. El que la maravillosa y hermosísima, aunque muy insegura, Annie Hall (Diane Keaton) se enamore de él y abandone a su guapo novio, pasando a vivir una relación esquizofrénica que la conduce al terapeuta es algo que todavía nos extraña. Y mucho más cuando sabíamos entonces que la señorita Keaton vivía, en la realidad, una historia de amor con el señor Allen. 


El confesado gran amor de este, sin embargo, es ya desde entonces la espléndida ciudad de Nueva York, contrapuesta aquí en su refinamiento a la vulgar Los Ángeles, donde la gente va con patines por la calle y come helados sin parar. La luz de Nueva York inundó a Allen hasta que descubrió la luz de París. 

El final no puede ser otro que la ruptura y como ha pasado mucho tiempo desde el estreno esto ya no es un spoiler. Más bien un aviso: si te dedicas a torturar a tu pareja hablando de lo complicado que es descubrir la séptima estrella de Plutón…entonces te llevarás la desagradable sorpresa de que ella prefiere leer Harper´s Bazaar. Ya lo hizo Grace Kelly. 

Sinopsis:

Alvy Singer, un humorista cuarentón y maniático, ha roto con su última pareja, Annie Hall. Sus neurosis han culminado con la ruptura de la pareja y esto le dará ocasión a Alvy para repasar su vida amorosa y ofrecernos algunas memorables escenas que ilustran esa relación y otras anteriores. 

Algunos detalles de interés: 

El crítico de cine del New Yorker, Richard Brody, escribió “Woody Allen creó en 1977 una obra notable de modernismo cinematográfico en primera persona “

La música es muy escasa en la película. Hay dos canciones que destacan: “Seems Like old Times” y “It Had To Be You”

Sobre el vestuario: Ralph Lauren celebró el 40 cumpleaños de Annie Hall por adelantado. El diseñador norteamericano tiró de sus recuerdos para recuperar los ‘looks’ que la protagonista de una de las películas más emblemáticas de Woody Allen y los subió a la pasarela de Nueva York en febrero de 2016, un año antes del redondo aniversario del filme.

La relación no es casual. Lauren firmó gran parte del vestuario de Annie y Alvy (interpretados por Diane Keaton y Woody Allen) y la convirtió a ella en un icono de estilo que ha perdurado durante las cuatro décadas que han pasado desde su estreno, el 20 de abril de 1977. Su influencia no solo ha calado en las personas de a pie sino que famosas como Alexa Chung o Emma Stone la han señalado como uno de sus referentes vitales.

La escena de la cola del cine es paradigmática del tono de la película. El tipo de atrás está hablando con su pareja en un tono pedante que crispa a Alvy. Menciona a Fellini y sus películas, Satiricón, La Strada y Giulietta de los espíritus. Luego a Marshall McLuhan, que, oh sorpresa, aparece junto a la cola y se enzarza en una discusión con los dos. 

Probablemente Annie Hall sea la comedia romántica más extraordinaria de la historia del cine. Y, desde luego, la que más gusta a los neuróticos. 

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