Seis días de junio


(Fotografía Vivian Maier. Nueva York, 1957)

Cada trece de junio se marchita una rosa. La rosa de tu nombre, tu presencia. Rosas rojas, rosas amarillas, las rosas rosas, rosas. No las rosas del último día, no las rosas gastadas, no las rosas azules ni los lirios, las rosas. Las rosas de los parques junto al río, las rosas de las fervientes orillas. Las rosas del jardín de la casa, las rosas del camino y los bosques. Se marchita una rosa cada trece de junio desde que ya no estás ni puedes levantarte entre felicidades y regalos que tienen, todos, un secreto escondido. Son seis junios pasados y resultan tan largos, tan demasiado largos, tan absurdos, tan llenos de vacío, tan parcos de silencio, tan oscuros y hambrientos, tan tibiamente ausentes. Son seis y estoy buscando en el aire un recuerdo que permanezca firme, que permanezca claro, que permanezca entero, que permanezca todo. Ahí están. Las risas en las cenas. Las huellas de las manos. Los besos en la orilla. Las esperanzas llenas. Todo se ha convertido en una lucha única en la que nadie vence, en la que todos pierden. Mientras tanto, en la noche, perdidos desde entonces, tus junios se lamentan de no tenerte cerca. Como yo, en la hueca esperanza, en el sol despejado, en la simiente viva de los amaneceres sorprendentes.

Cualquier día es un aniversario. 

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