Releyendo: "Emma" de Jane Austen
"Emma" es una novela perfecta. Contiene todos los ingredientes necesarios para que esa perfección sea disfrutada a tope por el lector. Personajes interesantes, un argumento convincente, una sociedad llena de aristas, una observación psicológica profunda, muchísimo humor, algunos enredos, una intriga por resolver...
Además de eso, su protagonista es un caso único en la literatura de la época y en los libros de Jane Austen. Si Elizabeth Bennet, la de "Orgullo y prejuicio", te pareció moderna, sincera y atrevida, libre de prejuicios y llena de ingenio, Emma Woodhouse une a todo eso su papel de rica heredera, lo que le permite no depender de nadie, ni siquiera de ningún hombre que le proporcione un buen matrimonio y un carácter muy especial que nos va a hacer pasar buenos ratos, aunque quizá haya momentos en los que queramos estrangularlas.
Cuando la presentó a su auditorio favorito, amigas, hermana, madre, Jane Austen ya dejó claro que estaba muy convencida de que Emma no sería santo de la devoción de muchas mujeres, que la verían caprichosa, exigente, malcriada y llena de tonterías. Los pájaros en la cabeza de Emma, sin embargo, no son dañinos ni generan mal rollo sino todo lo contrario, abren y cierran la puerta de la historia de modo que te hacen transitar por enigmas no resueltos y por conversaciones llenas de cursivas.
Además de eso, su protagonista es un caso único en la literatura de la época y en los libros de Jane Austen. Si Elizabeth Bennet, la de "Orgullo y prejuicio", te pareció moderna, sincera y atrevida, libre de prejuicios y llena de ingenio, Emma Woodhouse une a todo eso su papel de rica heredera, lo que le permite no depender de nadie, ni siquiera de ningún hombre que le proporcione un buen matrimonio y un carácter muy especial que nos va a hacer pasar buenos ratos, aunque quizá haya momentos en los que queramos estrangularlas.
Cuando la presentó a su auditorio favorito, amigas, hermana, madre, Jane Austen ya dejó claro que estaba muy convencida de que Emma no sería santo de la devoción de muchas mujeres, que la verían caprichosa, exigente, malcriada y llena de tonterías. Los pájaros en la cabeza de Emma, sin embargo, no son dañinos ni generan mal rollo sino todo lo contrario, abren y cierran la puerta de la historia de modo que te hacen transitar por enigmas no resueltos y por conversaciones llenas de cursivas.
La conversación es el gran aliado de Austen en sus libros. Las personas se reúnen, se encuentran e intercambian sus ideas y sus pensamientos de una manera única. Dado que ella misma no es proclive a esas pesadas descripciones que hacen otros escritores, es la conversación el recurso que utiliza para que conozcamos la historia, a los personajes, incluso a los paisajes y lugares. Jane Austen no se detiene en las exposiciones prolijas de ambientes y paisajes que ralentizan tanto la literatura sino que prefiere que seamos nosotros mismos los que veamos con los ojos de la gente que aparece en el libro todo aquello que debe ser mostrado. La conversación es un medio de comunicación que ha tenido siempre muchos detractores. Todavía se considera una excelente virtud la prudencia asociada al silencio. Sin embargo, no se repara en que conversar no es parlotear sin sentido, no es contar lo que no se debe ni tampoco hablar sin pensar. La conversación requiere de interlocutores que se escuchan y que empatizan con la narración ajena, lo que ilustra los actos con diversos puntos de vista. Es una forma tan humana de relacionarse que, últimamente, la recomiendan los psicólogos por su valor terapéutico. Jane Austen eleva al conversación al grado máximo, porque requiere de inteligencia y significa tanto introspección como extroversión.
Hay un segundo recurso muy interesante que aquí también aparece: las cartas. Las cartas son una conversación en diferido, el modo en que los personajes se sinceran y abren sus corazones. También es la manera en que los enredos se solucionan. En todas las novelas de Austen las cartas tienen un peso excepcional, incluso ahí está "Lady Susan" totalmente epistolar, para demostrarlo. Esto es así porque Jane Austen era una excelente escritora de cartas. Narraba cualquier acontecimiento con una mezcla de talento y gracia.
El tercer recurso de los libros Austen y, sobre todo, de algunos de ellos (vamos a exceptuar "Mansfield Park" que más parece una novela gótica y es lo menos Austen que se despacha), es el sentido del humor. El humor convierte una tragedia en algo llevadero. En este libro hay varios niños que se han criado sin madre, aunque el destino de cada uno de ellos ha sido diferente: Emma, Isabella, Jane, Harriet, Frank, todos ellos perdieron a sus madres en edades muy tempranas y a cada uno de ellos la suerte los ha tratado de forma diferente. Pero Jane Austen no se regodea en ese dolor sino que lanza una mirada tan compasiva como realista, tan llena de ironía como de ternura. Es un sentido del humor que no hace daño y, cuando algún personaje se pasa, caso de Emma con la señorita Bates, recibe su castigo.
Hay un segundo recurso muy interesante que aquí también aparece: las cartas. Las cartas son una conversación en diferido, el modo en que los personajes se sinceran y abren sus corazones. También es la manera en que los enredos se solucionan. En todas las novelas de Austen las cartas tienen un peso excepcional, incluso ahí está "Lady Susan" totalmente epistolar, para demostrarlo. Esto es así porque Jane Austen era una excelente escritora de cartas. Narraba cualquier acontecimiento con una mezcla de talento y gracia.
El tercer recurso de los libros Austen y, sobre todo, de algunos de ellos (vamos a exceptuar "Mansfield Park" que más parece una novela gótica y es lo menos Austen que se despacha), es el sentido del humor. El humor convierte una tragedia en algo llevadero. En este libro hay varios niños que se han criado sin madre, aunque el destino de cada uno de ellos ha sido diferente: Emma, Isabella, Jane, Harriet, Frank, todos ellos perdieron a sus madres en edades muy tempranas y a cada uno de ellos la suerte los ha tratado de forma diferente. Pero Jane Austen no se regodea en ese dolor sino que lanza una mirada tan compasiva como realista, tan llena de ironía como de ternura. Es un sentido del humor que no hace daño y, cuando algún personaje se pasa, caso de Emma con la señorita Bates, recibe su castigo.
La galería de personajes es uno de sus mayores méritos: Emma Woodhouse, la protagonista, guapa, joven, rica e inteligente; su padre, hipocondríaco y maniático; su hermana Isabella, una madre de familia sin más pretensiones que curar los resfriados de sus hijos; el señor Knithgley, seguramente el caballero más encantador e inteligente de todos los que creó la autora; las Bates, madre e hija, súper divertidas, pobres, tiernas; Jane Fairfax, misteriosa y elegante; Harriet Smith, hija de no se sabe quién, ingenua y corta de miras; los Martin, esos honrados granjeros; el señor Elton, presuntuoso y detestable clérigo, con su nueva esposa, Augusta, un horror venido de Bath; la señorita Taylor, primero juiciosa institutriz y luego esposa del señor Weston; el joven y prepotente Frank Churchill, a quien todos quieren conocer y amar...
Quizá el hecho de que haya muchas bodas en la historia pueda hacernos pensar que se trata de una novelita tonta y romántica. Pero ahí erraríamos. Nada de eso. Es más bien una excepcional visión sobre una sociedad que se basaba en convenciones que la propia autora critica, aunque lo hace con la inteligente ternura que ella era capaz de poner en sus textos. Es, sobre todo, un mosaico lleno de pequeñas sorpresas, una historia caleidoscópica con tantas idas y venidas que te sorprende en cada recodo.
El personaje principal, Emma, experimenta la transformación que la conducirá a comprender el lado bueno de las cosas, a usar bien su inteligencia y a ponerse en el lugar de los otros. En este sentido, es una novela de aprendizaje. Y el amor, como sentimiento que mueve las acciones (y su contrario, el desamor) es el hilo conductor que aparece escondido casi todo el relato hasta que reluce. Se esconde en las cabezas de Frank Churchill y Jane Fairfax; se esconde en el granjero Martin y Harriet; se esconde, sobre todo, en el señor Knightley que, siendo como es un hombre tan cabal, necesita más tiempo del que sería menester en entenderse a sí mismo.
El personaje principal, Emma, experimenta la transformación que la conducirá a comprender el lado bueno de las cosas, a usar bien su inteligencia y a ponerse en el lugar de los otros. En este sentido, es una novela de aprendizaje. Y el amor, como sentimiento que mueve las acciones (y su contrario, el desamor) es el hilo conductor que aparece escondido casi todo el relato hasta que reluce. Se esconde en las cabezas de Frank Churchill y Jane Fairfax; se esconde en el granjero Martin y Harriet; se esconde, sobre todo, en el señor Knightley que, siendo como es un hombre tan cabal, necesita más tiempo del que sería menester en entenderse a sí mismo.
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