Conversaciones
Estas mujeres parecen silenciosas. Están sentadas una junto a otra pero no tienen nada que decirse. O quizá hablan consigo mismas y entablan un diálogo íntimo que nada puede interrumpir. Echan la cabeza hacia un lado como si fueran modelos de Modigliani y visten de colores férreos, mientras mantienen los ojos entornados y la espalda encorvada. No parece que ninguna de ellas sea feliz.
El silencio nos aleja de los otros. Salvo en esos casos en que otro lazo mayor nos une, el lazo del amor el de la piel. En el resto, la conversación es el aliciente mayor, el benevolente sueño que inspira, que adormece, que irrumpe, que llena. Estas mujeres silenciosas tendrían los ojos más abiertos si hablaran entre ellas. Tendrían las manos más libres y la actitud más curiosa. Sabrían detalles del mundo que ahora ignoran. Salvarían del miedo a las otras y a sí mismas. Buscarían un arsenal de abrazos para repartir sin avaricia. Serían mujeres más felices, más plenas. Es el silencio lo que les estorba. Es la conversación lo que les falta.
El silencio nos aleja de los otros. Salvo en esos casos en que otro lazo mayor nos une, el lazo del amor el de la piel. En el resto, la conversación es el aliciente mayor, el benevolente sueño que inspira, que adormece, que irrumpe, que llena. Estas mujeres silenciosas tendrían los ojos más abiertos si hablaran entre ellas. Tendrían las manos más libres y la actitud más curiosa. Sabrían detalles del mundo que ahora ignoran. Salvarían del miedo a las otras y a sí mismas. Buscarían un arsenal de abrazos para repartir sin avaricia. Serían mujeres más felices, más plenas. Es el silencio lo que les estorba. Es la conversación lo que les falta.
Hay lunas, sin embargo, que dejan una flor abierta en el estío. Se esparcen sus pétalos de hora en hora y se descubre el gran secreto que cada una de nosotras guarda. El secreto de un amor perdido, de una duda iniciada, de un sueño sin cumplir, de un viaje que nunca vas a hacer, de un amigo que se ha marchado para siempre, de una mentira descubierta a tiempo. Incluso entonces vas a darte cuenta de que contarlo no es solo una forma de separar el grano de la paja, sino la manera más exacta de salvarte del frío. El frío acecha cuando el corazón siente que no hay enfrente otro corazón esperanzado y por eso la conversación es un regalo que nadie debería guardarse para sí mismo.
A salvo del silencio, en un lugar en el que nos encontramos sin pedir nada a cambio, buceando en el fondo de lo que somos y sentimos, hay ocasiones en las que podemos llegar a preguntarnos por qué y no hallar las respuestas. Pero la simple pregunta cambia el paisaje, abotona sobre nuestro cuerpo un fino y suave abrigo cálido y esplendoroso, para convertirnos en parte de una línea que del aire brota. Un conjunto de seres en continua expansión, en total descubrimiento.
A veces me pregunto por qué te cuento cosas. Por qué abro el baúl de las palabras y muestro sin pudor su mercancía. Por qué rebusco en los años pasados, en los tiempos antiguos, en las horas perdidas, en la gente que estuvo, por qué lo tomo todo y convierto en palabras las viejas sensaciones, para que no se pierdan, para que no rebosen, para que nunca estallen. A veces lo pregunto y no obtengo respuesta. Nada en ti tiene visos de ser cierto ni bueno. Nada en ti reverdece ni se mezcla conmigo. Nada en ti es agua clara, sino oscura simiente de segunda. Sin embargo levanto el manantial de los versos y los coloco todos en un sitio visible, limpiando el aire, aclarando la noche, devolviendo sonrisas, acunando motivos, sin nada más que eso, sin nada más que darte.
(Ilustraciones: Itzchak Tarkay, 1935-2012)
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